miércoles, 16 de marzo de 2011

Capítulo 14. Otra vez los zapatos rojos.

-¿Qué sabes del tatuaje?- le pregunto. Sabe algo. Su voz no esta tan calmada como normalmente.
-Nada, pero no pareces la típica chica a la que le vayan los tatuajes.- Su voz vuelve a ser tranquila.-¿Cuándo te lo hiciste?
-Ayer, creo.
-¿Crees?-Alza una ceja. De acuerdo, no es muy normal tener un tatuaje y no saber cuándo te lo has hecho, pero, ¿acaso ha habido algo normal desde que él llegó aquí?
-No recuerdo habérmelo hecho, pero esta mañana me lo he encontrado ahí cuando estaba duchándome.
-¿Sueles beber?- Se está riendo.
-¡No! Nunca bebo.
-Así que eres muy sana, ¿no?
-He visto personas corrompidas por el alcohol. No quiero acabar igual.
Por encima del hombro veo como su mirada se vuelve seria. Sabe de lo que hablo.
Me baja la camiseta y me gira hacia él.
-¿Cómo crees que ha llegado hasta ahí el tatuaje?- le pregunto.-¿Crees que me lo hizo James anoche mientras dormía?
-No lo creo. Los tatuajes duelen, te hubieses despertado.
-También me quitó mi collar.- Me toco el cuello desnudo. Me siento desprotegida sin él, como que no soy yo misma. Alex me aparta el pelo del cuello, y aunque no dice nada noto que pasa algo.
-¿Te importaría ponerte una camiseta?- le pregunto mirándole a los ojos y evitando por todos los medios bajar la vista hacia su torso. Contrólate, Nat, no aumentes su ego aún más. Tú mírale todo el rato a los ojos. Parecen como el mar en un día calmo y de noche. Me apetece ir a la playa. No te desvíes, Nat, pienso, volviendo a la realidad.
-¿Por qué?- El humor vuelve a su rostro en forma de sonrisa burlona.
-Es incómodo.- Ahora aparto la vista, mirando por encima de su hombro y concentrándome en un punto fijo.
Riéndose suavemente, agarra una camiseta azul oscura que cuelga de una silla al lado del piano, y se la pone. Respiro, aliviada, y me relajo un poco.
Llaman al timbre. Pego un brinco. Me dirijo a la puerta pero Alex me agarra y me hace salir por la ventana. No sé a quién espera, pero desde luego no quiere que nos encontremos. Me siento como su amante cuando aparece su mujer en casa.
Cuando ya tengo todo el cuerpo fuera, Alex se dirige a abrir la puerta. Debería irme, pero me quedo apoyada contra la pared de fuera, debajo de la ventana.
-¿Cómo avanza lo del ángel?- pregunta una voz grave que no es la de Alex. Es otro hombre.
No consigo oir nada más porque en ese momento unas manos cierran la ventana, insonorizando la casa. Con cautela, me asomo un poco para mirar por la ventana. Solo alcanzo a ver a un hombre de espaldas encorvado, de pelo negro y con unos zapatos rojos. El hombre de los zapatos rojos ha vuelto.
Me dirijo corriendo hacia mi casa y no paro de correr hasta que estoy tumbada en la cama, jadeando por el esfuerzo. Sí, me voy a plantear seriamente lo del gimnasio.
"El ángel" habían dicho. Oh Dios Mio. A lo mejor Alex es un agente del FBI que está aquí de incógnito y "el ángel" es un terrorista internacional que quiere destruirle.
Me siento como una de las chicas de James Bond. Personalmente prefiero que sea un James Bond tipo Pierce Brosnan ( me trae loca), a un Daniel Craig. Sí, también soy una friki de esas películas.
De todos modos, no puedo decir nada, porque si se supiese que mi nuevo vecino es una especie de James Bond se acabaría su camuflaje. A corto plazo lo primero que debo hacer es recuperar mi colgante. Pienso en llamar a Vir y María, pero no quiero meterlas en algún lio por allanamiento de morada, así que trazo el plan yo sola. Bastante simple: me visto de negro, me cuelo en su mansión, me dirijo a su habitación y recupero lo que es mio. Sencillo.
La operación está prevista a las 11 de la noche, así que me echo un rato en el sofá a ver la tele. No echan nada interesante a parte de una vieja película que he visto tres veces. La dejo e intento verla mientras el sueño me va ganando terreno.
Me despierto y miro el reloj del salón. 12 y media de la noche. Tengo la sensación de que debía hacer algo, pero no recuerdo qué.
¡Mi collar!
Mi mente lo grita y me palmeo la frente. ¡Seré tonta! Voy corriendo a vestirme. Salgo en mi viejo coche a las 12 y cuarto de mi casa. Destino: misión suicida.

"El hombre de los zapatos rojos ha vuelto".

Capítulo 13. Un tatuaje.

Estoy en... ¿dónde estoy? No estoy en un lugar concreto sino en... Paz. Me siento tranquila, serena, quizás no feliz pero tampoco triste. No estoy en un lugar sino en un estado de ánimo. Una sensación en sueños que no sabes explicar con palabras pero sabes perfectamente qué es. Llevo un vestido blanco, de luz. Mi colgante flota en el aire como una lágrima de felicidad. Estoy sola. Espera... Alex aparece de entre el vapor de paz que se extiende a mi alrededor. Va vestido entero de blanco. Se acerca a mí y me abraza. En ese momento me siento de verdad en equilibrio. El bajo de la espalda me empieza a picar, pero entonces él apoya una mano ahí donde lleva días molestándome y el picor desaparece para convertirse en una dulce sensación. Cierro los ojos y me abandono a ello.
Me despierto con un gemido cansado. Son las 12 de la mañana. Anoche, después de que se fuera James, Alex volvió a su casa y yo me fui directa a la cama. No pude dormirme hasta una hora después.
No recuerdo lo que he soñado, solo que estaba relacionado con Alex. Me pongo las zapatillas y bajo a desayunar. Mis padres han dejado una nota en la nevera diciéndome que se han ido a un congreso en Santa Bárbara y que no volverán hasta el día siguiente por la noche. Abro el armario de la cocina y no encuentro ni una mísera magdalena. Con un suspiro decido renunciar al desayuno por la simple pereza de llamar a Vir para que me acompañe al Starbucks.
Me dirijo a la ducha, me siento como sucia después de lo de anoche. Me estoy desvistiendo cuando reparo en dos cosas. La primera es que no tengo mi collar. Mierda, lo había olvidado.
Y la segunda es que tengo un tatuaje en el bajo de la espalda que no recuerdo haberme hecho nunca. Está justo donde lleva toda la semana picándome. Es el dibujo de dos alas contorneadas de negro, un poco separadas, como las de un ángel. Joder. Seguramente a mis padres no les importe que lleve un tatuaje pero, ¿cuándo narices me lo hice? ¡A mí ni siquiera me gustan los tatuajes!
Me meto en la ducha y lo froto con jabón con la esperanza de que se quite. Nada.
Joder. Joder. Joder. ¿Tengo amnesia? No, lo recuerdo todo bien menos lo del tatuaje. Corro al teléfono a llamar a Vir.
-Vir, ¿recuerdas que me haya hecho un tatuaje?
-¿Un tatuaje? Pensé que los odiabas.
Ella tampoco lo recuerda. La digo que lo olvide y la cuelgo. Marco el número de María. Obtengo la misma respuesta.
Me quedo en el espejo de cuerpo entero de mi habitación mirándolo. La verdad es que es bastante bonito. Lo toco con los dedos. Sí, es precioso.
No sé porqué pero tengo la sensación de que la respuesta está en la casa de mi vecino.
Me pongo una camiseta blanca normal que me cubra el tatuaje y unos vaqueros cortos y bajo a la calle. Corro hacia su puerta y llamo al timbre. Nadie contesta. No me jodas que no está en casa. Joder. Me quedo diez minutos esperando fuera de la valla blanca hasta que se me ocurre saltarla. Lo hago sin mucho esfuerzo y corro hacia su puerta. Vuelvo a llamar. Nadie abre. Seguramente esté durmiendo. Después de estar ayer a las 5 en mi casa con pinta de no haber pasado por su casa, sería lo más normal. Aprovecho para cotillear un poco. Doy la vuelta a la casa para mirar por la ventana. A través del cristal puedo ver su salón ya amueblado. Tiene un sofá negro, una mesita al lado y una mesita con una televisión plana. De las paredes cuelgan un par de cuadros de paisajes bastante bonitos, y un piano de cola justo en el centro de la habitación. Pero lo cierto es que a través de su decoración no se puede ver nada de su personalidad. Me pregunto por enésima vez qué clase de persona será. Es como si hubiese construido una especie de muro alrededor de su mundo y yo estuviese fuera. Con esa expresión insondable que jamás deja ver lo que está pensando. La única vez que descubrí una brecha en ese muro fue anoche. Un muro a prueba de balas. Me pregunto qué sucesos le habrán hecho protegerse de esa manera. Ninguno bueno, seguro.
En ese momento, en el justo instante en el que estoy cotilleando por su ventana, se le ocurre despertarse y bajar las escaleras. Cazándome, como no, en pleno trabajo de espionaje.
No estoy muy orgullosa de ello, pero debo decir que soy de reflejos lentos. Que me cuesta pensar, vamos. No soy tonta, no os paséis, solo un poco menos rápida, ¿vale?
Total, que se queda mirándome sin sorprenderse lo más mínimo, como si ya se lo esperase. Y yo, como una idiota, sigo mirándole por la ventana, a la espera de que, mediante un milagro, desarrolle en dos segundos el poder de teletransportarme y aparezca en mi casa. No lo desarrollo. No soy Spok.
Pero especifiquemos eso de que me quedo mirándole. Más bien mirando su cuerpo de cintura para arriba. Así que duerme sin camiseta. Lleva solo unos vaqueros y una sonrisa burlona a modo de vestimenta. Creo que ya noto la baba gotear. No sin mucho esfuerzo, consigo apartar la vista y salir corriendo hacia la parte delantera de la casa para salir por la verja y seguir corriendo a mi casa. Pero él es más rápido y me atrapa justo en la verja. Me agarra de las piernas y me coloca en su hombro. Pataleo y le chillo como una loca. Adiós libertad. Adiós negarlo todo y hacerme la tonta. Te han cazado, Nat. Esta vez sí.
-¡Pedante imbécil, bájame de aquí!- le chillo mientras le doy puñetazos en la espalda. Ya sabía que no soy muy fuerte, nunca me ha gustado el deporte (¿de qué narices sirve sudar?), pero esperaba que al menos lo notase. Ni se inmuta. Admitamos algo: está realmente bueno. Como un modelo de Abercrombie. Cuando me doy cuenta de que no voy a conseguir nada, dejo de aporrearle la espalda para contemplarla. Creo que me voy a desmayar. Se aprecia una asistencia regular al gimnasio, esos músculos no se crean por sí solos. Tiene una complexión delgada, atlética.
De pronto me deja en el suelo sin miramientos. Estaba tan ocupada admirándole que no me he dado cuenta de que hemos entrado en su casa y me ha dejado en el sofá. Me quedo ahí sentada mientras nos miramos fijamente. Ha vuelto a reconstruir el muro y ya no hay ninguna fisura. Vaya.
-¿Y bien?- Alza una ceja. Le estoy mirando quizás demasiado fijamente.
-¿Y bien qué?- replico.
-¿Me vas a decir qué buscabas en mi jardín?- Pregunta. Se lo está pasando muy bien. Demasiado. No se me ocurre nada que lo excuse así que vuelvo a intentar salir corriendo. Me vuelve a atrapar cuando no he recorrido ni medio metro. Debería haberme pensado eso de un gimnasio. Si consigo salir de aquí con un mínimo de dignidad prometo apuntarme a uno.
No me sienta en el sofá como antes, sino que me gira y se queda mirándome la espalda. Al agarrarme se me ha subido un poco la camiseta y él la mantiene levantada, mirando algo en el bajo de mi espalda.
-¿Cuándo te has hecho este tatuaje?

"¿Cuándo te has hecho este tatuaje?"

Capítulo 12. Una visita.

Estoy agarrándome los brazos, como protegiéndome. Tengo frio a pesar de que estamos a unos 36 grados. Llevo un camisón blanco y mi pelo reluce con la luna.
-Voy a matar a ese gilipollas- susurra Alex. Me quita con suavidad una lágrima que resbala por mi mejilla. No me había dado cuenta de que estaba llorando.
-Tengo miedo- susurro. Me da vergüenza admitirlo delante de él. Siento que le acabo de abrir una puerta a mi mundo para mostrarle mi debilidad, cuando dije que debía ser fuerte. Insospechadamente, me atrae hacia él para abrazarme. En ese momento mi móvil empieza a sonar y mentalmente insulto a quienquiera que esté al otro lado. A regañadientes me levanto y lo cojo.
Número desconocido.
-¿Sí?- digo cautelosa.
-Natty... ¿sigues teniendo el móvil de la Edad de piedra?- me susurra una voz al otro lado. Vale, es posible que no sea de última generación, pero tampoco es para pasarse, ¿no? El móvil se me empieza a resbalar entre los dedos, pero me recupero y lo sostengo en mi mano.- Perdona, no te habré despertado, ¿no?- finge estar avergonzado.
-No te preocupes, estaba despierta- le contesto con frialdad. No le voy a dar el gusto de desvelarme.-¿Qué quieres, James?
Oigo como Alex se levanta de la repisa y se pone detrás mio para protegerme. Agradezco ese gesto que me hace entrar en calor.
-¿Qué quiero? Quiero que vuelvas conmigo.
-Jamás volvería contigo.- Aprieto los dientes.
-Vamos, me lo debes.
-¿Que te lo debo?- pregunto con incredulidad. Este chico es gilipollas. No, en serio, no sé que le han hecho este último año pero definitivamente le han jodido la cabeza. Aún más.
- Me enviaste derechito a un centro de menores.- Vuelvo a oir un odio profundo. Su voz ha descendido una octava.
- Era lo que te merecías. Intestaste violarme, me diste una paliza.
- Estaba borracho, nena. Un error lo comete cualquiera. Somos humanos, ¿no?
-Tú no. Eres un animal.
Oigo como se rie. De mí. Pero no como lo hace Alex, sino rebajándome.
-Venga, dame otra oportunidad... Mira por la ventana.
Alex tensa los hombros. Lleva una camiseta blanca que deja ver su cuerpo bien moldeado. Lo ha oido. Me dirijo a la ventana.
Ahí está él. Con una blazer negra hecha a medida y unos pantalones italianos importados de Milán seguramente. Me pregunto como pudo parecerme guapo. Tiene el pelo albino reluciendo a la luz de la luna y en sus ojos brillan las peores intenciones.
-Baja- me pide. Mis padres están en casa y tengo miedo de que puedan oirle así que me dirijo a las escaleras. Alex me sigue en todo momento, en silencio. Con él ahí me siento mucho más fuerte aunque jamás se lo diré a la cara. Dudo de que con él delante James se atreva a hacerme algo. Llego al jardín. Me está esperando con una sonrisa reluciendo en la oscuridad. Ahora me doy cuenta de a lo que se referían Vir y María cuando me dijeron que lo habían visto en sus ojos. Tiene el pelo repeinado hacia atrás, ayudado por un kilo de gomina.
Se fija en Alex y su sonrisa flaquea, pero siempre fue un gran actor y finge que no ha destruido sus planes.
-Has traido a un amigo. ¿Tu nuevo novio?- le mira con soberbia.
Ese pensamiento me hace sentir muy violenta. Noto como me sube la sangre a la cabeza. No me atrevo a mirar a Alex.
-No.
-Pero te gustaría, ¿no es cierto?- Está intentando confundirme, hacerme enrojecer y que me sienta incómoda.
-¿A qué has venido, James?- le digo por fin, cambiando de tema.
-Ya te lo he dicho. Te quiero.- Tiene una voz suave, persuasiva pero de un modo maligno. Comprendo como caí en sus redes. Se acerca a mí y extiende el brazo para agarrarme. Me toca el pelo, cerca del cuello y veo sus intenciones de seguir bajando. Pero Alex es más rápido y le agarra el brazo, situándoselo detrás de la espalda.
-Atrévete a tocarla y no será lo único que pierdas- le susurra. No alza la voz en ningún momento pero la amenaza sigue patente. James suelta una risa desdeñosa que se convierte en una mueca de dolor cuando Alex le retuerce un poco más el brazo.
-Déjalo, Alex- le digo. Estoy disfrutando mucho, lo admito. Pero no soy de las de diente por diente y no me apetece verle sufrir. Hoy no.
Alex le suelta después de mirarme un segundo y James se acaricia el brazo.
-Tu novio tiene fuerza, ¿eh? A lo mejor él puede controlarte mejor de lo que hice yo.- Me mira y me dan ganas de vomitar. Pero ninguno de los dos decimos nada ante lo de "tu novio".
El cielo empieza a clarear y James dirige la vista al sol que sale entre los edificios.
-Piénsatelo, Natty. No nos lo pasamos mal, ¿no?- me vuelve a hablar como persuadiéndome y no me molesto en contestarle. No me lo voy a pensar. Le miro con frialdad mientras se aleja hacia su cochazo gris (no sé que marca o modelo pero es muy caro, seguro).
Después de un rato, Alex se despide y se va a su casa, y yo me dirijo a mi cuarto.
Estoy en la cama, preguntándome qué hacía Alex a las 5 de la mañana en ropa de calle y de donde vendría, cuando me acaricio el cuello. Me siento vulnerable, desprotegida. Entonces me doy cuenta de a qué se debe esa sensación.
No tengo mi collar.

"No tengo mi collar."

Capítulo 11. James.

Veo sus ojos mirándome con un frio glacial a pesar de ser de un color cálido. El terror puede conmigo y me encojo en una esquina rezando por salir ilesa de allí. Debí hacer caso a Vir y a María. Él alza la mano y siento que voy a morir. En silencio le intento mandar un mensaje a mi familia y mis amigos diciéndoles que les quiero. Cierro los ojos esperando el golpe. No quiero verlo. No quiero...
Me despierto entre jadeos y con un pegajoso sudor frio instalado en todo mi cuerpo. Miro el reloj de la mesilla. Las 5 de la madrugada. No quiero volver a dormir por miedo a volverle a encontrar en sueños. Me siento en la repisa de la ventana y apoyo la cabeza en el frio cristal.
Lo que ha pasado hoy ha podido con mis nervios. Todavía me tiembla el labio. Me acaricio el brazo y siento un dolor punzante. Maldigo para mis adentros al ver que, en efecto, me ha salido un oscuro moratón en el brazo derecho.
-¿Qué te ha pasado?- oigo una voz a mi derecha. Giro la cabeza, sobresaltada, y me encuentro a Alex en el centro de mi habitación mirando mi brazo. Otra vez en mi habitación en medio de la noche. No me molesto en preguntarle como ha llegado hasta aquí, ya me he acostumbrado.
-Un mal sueño.- No tengo ganas de contarle lo que sucedió. Lo mejor es fingir que nunca ha pasado y seguir con mi vida, esperando a que la herida cicatrice.
Pero él no se da por vencido. No tiene ni un asomo de sonrisa en la cara, por primera vez desde que le conozco.
-¿Quién ha sido?- Puedo oir en su tono que sospecha lo que ha pasado y está deseando romperle la mandíbula.
-Un imbécil caprichoso con el que jamás debí juntarme- susurro. No soy capaz de mirarle a la cara, no quiero que vea la flaqueza en mis ojos.
Se sienta a mi lado en la repisa de la ventana y yo comprendo que quiere escuchar la historia.
Empiezo a recordar:

-Era el primer día de Noviembre, un mes que nunca me trajo cosas buenas. Y ese año no fue diferente. Había asistido a una fiesta con Vir y María, mis dos mejores amigas, en un lujoso hotel del centro de la ciudad. Puedes imaginártelo, lámparas de araña que colgaban de altos techos, alfombras persas, cristales importados de Francia y una luz tenue que inspiraba cierto encanto. Era un elegante cóctel donde se veían los mejores vestidos de la ciudad. El padre de Vir tenía que estar ahí para reunirse con un socio y nos invitó a todas.
Él también estaba ahí. Nuestras miradas se cruzaron en la pista de baile y no pude evitar pensar que parecía un cuento. Pero los cuentos son ficticios y la realidad nunca es buena.
Aún así, no podía creer la suerte que tenía. Me sentía como la Cenicienta pero solo con las partes buenas. Él, con su pelo rubio que parecía luz y sus ojos marrones que en ese momento me parecieron chocolate. Y el chocolate me gusta, no creas que no, pero engorda y en grandes cantidades no es bueno. Se acercó a mí, y con exquisitos modales me besó la mano y se presentó como James. Sonaba elegante, con clase, caballeresco y educado. Y así creí que era él. Nada más lejos de la realidad.
Vir y María se presentaron ante nosotros cuando solo estábamos empezando a conocernos. Me disculparon y me hicieron seguirlas al cuarto de baño.
-Aléjate de él, Nat- me dijo Vir. Siempre fue muy directa.
-¿Por qué?- No podía creer lo que oía. ¿Es que estaban celosas? No podía creer lo malas amigas que eran. Más tarde me arrepentiría de ese pensamiento.
-No es bueno, Nat, lo veo en sus ojos- dijo con suavidad María.
-¿En sus ojos? No hay nada en sus ojos- la repliqué, irritada. ¿Ellas me iban a decir lo que debía o no debía hacer?
-Exactamente: no hay nada.- dijo Vir. Solté un bufido.
-Estáis paranoicas. Es perfecto y estáis celosas, eso es lo que veo yo en vuestros ojos- ironicé. Se intercambiaron una mirada cómplice.
-Te lo decimos por tu bien, aléjate de él.
- Pues no os he pedido consejo.- Salí del baño dando un portazo. Nunca me ha gustado que me digan lo que debo hacer y cuando lo hacen, lo único que consiguen es todo lo contario.
Volví con él a la fiesta.¿Qué podían haber visto de malo en él? Y auque no las hice caso, no dejaron de darme vueltas sus palabras en la cabeza. Pero las deseché a un lado. Era todo un caballero. Como un príncipe salido de un cuento. Pero como bien me recordó hace poco María, a mí me van los imbéciles, y debí darme cuenta en un principio de que él era perfecto. Demasiado.
Llevábamos medio mes aproximadamente saliendo cuando aconteció el desastre. Me enviaba flores todos los días, creí que nada podía irme mejor. Vir y María no se dieron por vencidas y siguieron diciéndome que me alejase, pero ponía los ojos en blanco y hacía oidos sordos. Era todo maravilloso. Pero todo el mundo sabe que después de la calma viene la tormenta. Y esa fue devastadora.
Recuerdo ese día a la perfección. 13 de Noviembre. Jamás he sido supersticiosa, pero ese día me dió qué pensar. Estábamos en su casa, una enorme vivienda blanca para la que no me hubiese venido mal un guía. James estaba en el salón con una botella de caro whisky en la mano. Su pelo estaba despeinado y fuera de la cárcel de gomina que se lo echaba hacia atrás normalmente. Sus ojos rojos denotaban cansancio y la botella de alcohol estaba casi vacía. Le había visto beber otras veces y sabía que su humor cambiaba, pero esta vez estaba realmente borracho. Hasta el punto de preguntarme si era la primera botella que vaciaba. Fui a su lado y le di un beso, pero su expresión se tornó salvaje, animal, y me entró pánico. No había rastro de sus modales ni de su amabilidad. Tan solo era el caprichoso niño rico que se ocultaba tras la farsa y que se había cansado de su juguete. Quería más.- Me estremezco, dándole a entender lo que significa el "más".
Me empezó a insultar y me dió una bofetada con brutalidad. La mejilla me empezó a arder y me llevé la mano a la cara. Le grité e intenté huir, pero fue más rápido y me alcanzó. Me volvió a golpear y mi labio empezó a sangrar. Me limpié la boca con la manga intentando guardar un poco de dignidad.
-Me han suspendido economía, Natty.- Me había llamado muchas veces así, pero esta vez no sonó igual. Yo estaba en una esquina de su cuarto. él estaba en cuclillas agachado a mi lado. Tenía la voz pastosa y las pupilas dilatadas. Por encima de su hombro vi un paquete de pastillas. De diseño, seguramente. ¿Éxtasis? Me pregunté cuanto tiempo llevaba drogándose y como pude haber sido tan tonta de no haberme dado cuenta. Andaba tambaleándose, pero su fuerza seguía siendo descomunal.- Mi padre me va a matar.- Soltó una risa amarga.- No soy un inútil, ¿verdad que no, Natty?
No me atreví a contestarle. En mi fuero interno quería decirle que sí, pero tenía miedo de que me volviese a golpear.
-¡Responde!- me chilló. Alzó una mano en el aire, amenazante. Yo me puse a llorar. El labio me sangraba, la mejilla me escocía y tenía la sensación de que iba a morir allí mismo, en esa esquina. Seguí sin abrir la boca.- Qué vas a saber tú... Eres otra de esas zorritas que se creen que vamos detrás de ellas. ¿Quieres saber algo, Natty? Te he estado utilizando todo este tiempo. Me hacía gracia jugar contigo y hacerte creer especial. Pero me he cansado de tus chorradas.
Se acercó más a mí. Estaba a punto de golpearme de nuevo y... forzarme.- Me cuesta decirlo en voz alta. Me siento sucia. Los ojos de Alex brillan en la oscuridad de la habitación. No sonrie.- Me puse a chillar cosas incoherentes, el miedo no me dejaba pensar en lo que decía. Sólo gritaba. Juro que pensé que no viviría para contarlo. La puerta se abrió y aparecieron en el marco Vir y María. Nunca me sentí tan aliviada de verlas. Le dieron con un jarrón en la cabeza, dejándole inconsciente y corrieron a mi lado. Llamaron a la policía y les dijeron lo que había pasado.
No volví a saber de él después de eso. Pero todavía hoy tengo pesadillas con sus ojos y esa noche. Y todo lo que podría haber pasado de no ser por ellas. Nunca podré pagárselo. Debí haberlas escuchado.
Hoy me lo he encontrado en el parque, cuando estaba con María. Me ha llamado Natty, pero ya no sonaba dulce. Rezumaba odio. Me ha dicho que no ha acabado- finalizo la historia.

James: "¿Te crees que se ha acabado?".

Capítulo 10. Ha vuelto.

-Entonces le besaste- repite María. Me mira con los ojos muy abiertos.
-Te repito que no fue por propio gusto- digo irritada.
-¿Y qué? Le besaste, ¿no? ¡Madre mía, Nat, qué afortunada eres!-chilla llevándose las manos a la cara. Los ojos la brillan de emoción, como si estuviese presenciando la mejor película del mundo.
-¿Afortunada? ¡Ese imbécil me intentó hacer creer que estaba loca!- me indigno.
-¿Imbécil? Pensé que eran tus favoritos.
Suelto un suspiro. Me ha pillado.
-Él es doblemente imbécil.
-Entonces doblemente mejor.
Suelto una carcajada. Estamos María y yo paseando por la calle principal con un batido en la mano. Ella de chocolate y yo de vainilla. Me fijo como siempre en sus andares. María ha asistido a clases de baile clásico desde que tenía tres años. Se mueve medio de puntillas, bailando. Como si el mundo fuese su propia pista de baile. Tiene una gracia natural que la caracteriza y la hace parecer una linda muñequita. Supongo que en eso se diferencia de mí, que no puedo andar dos pasos sin abrazar el suelo. Siempre vamos los viernes a recogerla después de su clase y la vemos ensayar durante media hora. Su uniforme es un maillot rosa claro con unas medias carne. La obligan a llevar un moño estirado que ella detesta, pero como es parte de toda la magia, se resigna. A veces me recuerda a una muñequita de porcelana que tenía de pequeña. Era muy bonita. Estaba dentro de una cajita de madera que al abrirla sonaba una música, "Claire de lune" de Debussy. Siempre preferí el "Claro de luna" de Beethoven, pero ese no me desgrada del todo. Al compás de la melodía, una graciosa bailarina sobre un muelle en el centro de la caja, se ponía a dar vueltas.
Hoy Vir está con Johnny, su novio, viéndole jugar un importante partido de rugby en el instituto. Llevan saliendo un año y son tal para cual. Mientras que Vir es callada y con mucho carácter, Johnny es amable, atento y generoso, y la adora por encima de todo. Son la pareja perfecta del instituto y la envidia de chicos y chicas.
María se sienta en un banco al sol y yo la imito. Echamos la cabeza hacia atrás dejando que el sol acaricie nuestro rostro. Sus pequitas se vuelven más claras y mi pelo se vuelve más dorado.
De repente, una sombra se pone delante de nuestros ojos tapándonos el sol. Frunzo el ceño y abro los ojos, irritada. Mi boca se abre en una mueca de sorpresa. Ante nosotras se alza un chico delgaducho y estirado con el pelo rubio casi albino. Me mira solo a mí con una sonrisa de psicópata. Y los ojos marrones como una charca de barro mugrienta y sin fondo de la que no puedes esperarte nada bueno.
De acuerdo, debo admitir algo: cuando le dije a Alex que era el primer pirado con el que me juntaba, mentí. En realidad es el segundo.
-Natty...- dice. Su voz está cargada de ira, rabia y un odio tan profundo... Y como una idiota se me ocurre hacer una comparación con el emperador de Star Wars (que sí, que soy muy friki).
Es un susurro que me trae a la mente los peores momentos de mi vida. Un flashback me lleva al invierno del año pasado.
Veo sus ojos con el ceño fruncido. Relucen con una furia desatada. Veo su pelo lleno de gomina cara despeinado. Sus dientes apretados en una mueca casi animal y su mano alzada en el aire con una amenaza implícita. Me veo a mí agachada en una esquina. Los ojos llorosos y el pelo despeinado. Mi boca tiembla de terror chillándole que se aleje de mí.
María le está mirando asustada y yo hago lo propio. Sacando fuerzas de flaqueza la agarro de la mano y tiro de ella para alejarnos de él. Pero cuando paso a su lado me agarra del brazo con fuerza y me gira bruscamente. Mañana tendré un feo moratón en el brazo. Gracias, me has arruinado lucirme en bikini.
-¿Te crees que se ha acabado? Estás muy equivocada...- me susurra. Apesta a alcohol de nuevo. Me suelta y María y yo nos dirigimos andando lo más rápido que podemos al centro comercial que se alza enfrente del parque.
Llegamos sin resuello a la puerta. James. James ha vuelto. Una retahila de palabras que repiten siempre lo mismo se suceden en mi mente.
-¿Qué te ha dicho?- me pregunta María. Me agarra de la manga de la chaqueta, asustada.
-Que no se ha acabado- susurro asustada, como si pudiese oirme y volver a por mí.
-Tengo miedo...- La última sílaba se pierde en el aire. Abrazo a María intentando infundirla un valor del que yo misma carezco.
-No pasa nada... No volverá a hacerme daño- la consuelo. Ella llora sobre mi hombro y sé que está recordando todo lo que sucedió el invierno pasado. Un Noviembre cualquiera que se transformó en el peor Noviembre de todos.
Una lágrima recorre mi mejilla y me doy cuenta de que por mucho que diga que lo he superado, es mentira.

María.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Capítulo 9. Psicoanalizar a un idiota.

-¿Qué tienes en contra de los ángeles?- le pregunto. Sus hombros se tensan y me observa con una mirada indescifrable.- Primero los del salón y ahora este.
-No me gustan sus miradas de tontos. Pero ciertamente me fascinan.- Tiene tono de estar a miles de kilómetros de distancia. Como se no se estuviese dirigiendo a mí, sino a su interior.
A mí lo que me fascina es su mente y su actitud. Mientras que yo soy previsible y mi cara es como un libro abierto, él mantiene todo siempre bajo control, sin delatarse ante nada. Es absolutamente imposible saber lo que piensa. Y nunca sé por donde va a salir. Parece como si supiese lo que yo espero y decidiese irse por otro lado solo para confundirme. Quiere confundirme, desde luego. Siempre consigue sorprenderme. Y cuando habla veo que por su mente están pasando millones de cosas por instantes, cuando yo ni siquiera soy capaz de pensar ni en lo que estoy diciendo. Consecuencia: la cago siempre.
-No son miradas de tontos, son de gente buena- le replico. La verdad es que me da igual, pero siento un siniestro placer en llevarle la contraria. Me mira y forma una media sonrisa.
-¿Acaso no es lo mismo?
-Oh, así que tú eres un chico malo, ¿no? No te van las reglas, vives al límite. Déjame adivinar: te pasas del límite de velocidad.- Le miro abriendo mucho los ojos y tapándome la boca con horror fingido. Detecta la casi palpable ironía en mi tono.
-No es lo peor que he hecho- me susurra mirando a un lado y a otro por si le ha oido alguien más.
- ¿Qué es lo peor que has hecho?- Ahora tengo curiosidad. La curiosidad mató al gato me repite de nuevo mi mente. ¿Qué pasa? ¿Qué ahora le ha dado a mi subconsciente por proverbios absurdos, o qué?
-¿Quieres saberlo?- me pregunta. Asiento. Ahora es aún más grande la curiosidad. Se levanta de mi silla y se acerca con aire confidencial a mí y me susurra muy bajito - Una vez maté a un hombre.
De acuerdo. No esperaba algo así. Imprevisible, como yo os decía. Podía imaginar a Alex como un ladrón o incluso un camello, pero ¿asesino? No le habría creido tan pirado. La curiosidad salvó al gato. Ahora que sé que es un asesino le denunciaré a la policía y estaremos todos a salvo. Solo tengo que darle una excusa como que tengo que ir al baño, agarrar el móvil por el camino y llamar a la pasma. Un sudor frio empieza a instalarse en mi piel. Mis manos están pegajosas y puedo sentir como me tiembla el labio inferior, como siempre que estoy nerviosa. ¿Qué hago? Debo sacarle de casa antes de que lastime a mis padres. Oh Dios mio. ¿Tengo a un pirado en mi habitación!
De repente se empieza a reir. Le tiemblan los hombros.
-En serio, Nat, deberías dejar de ser tan inocente.- Ahora se rie a carcajadas sin disimular. Lo cierto es que tiene una risa muy bonita. Estoy tan tocada que no me molesto en decirle que no me llame Nat. Pero después de diez segundos (demasiado, lo sé), me doy cuenta de que me ha tomado el pelo de lo lindo.
-¡Idiota!- le suelto.- ¿Cómo se te ocurre gastarme una broma así?- Estoy rabiosa. Me he llevado un susto de muerte. Él sigue riéndose a mandíbula batiente.
-Ojalá hubieses visto tu cara- para de reirse pero sigue con una sonrisa burlona.- No sabrías defenderte de un psicópata en un caso real.
-No lo necesito. No suelo juntarme con pirados. De hecho, tú eres el primero con el que me junto, y no por propio gusto, desde luego.
-¿Pirado? ¿No te dije que fueses a un psicólogo?- Pone la misma cara que cuando me acusó de estar loca.
-¡Idiota!-repito como una niña pequeña. Alex mira el reloj de la pared. Marca las 9 de la noche.
-Me voy. Llego tarde a una cita.
Baja las esclaeras seguido de mí, pero a la mitad se detiene y se gira de repente, provocando que casi me choque contra él. Estamos a 10 centímetros, yo en un escalón más arriba y todavía sin estar a su altura por unos centímetros.
-Deberíamos negociar más a menudo-sonrie burlón.
-Ni lo sueñes.- Le indico que siga bajando las escaleras y me hace caso.
Se dirije al salón a despedirse de mis padres, agradeciéndoles la "deliciosa velada", y rogándoles que vayamos a cenar un día a su casa. Tan educado... Seguro que mis padres vendrán luego a cotillear qué ha pasado arriba, como si fuesen mis mejores amigos.
Cuando pasa a mi lado mientras yo le sujeto la puerta me vuelve a tirar de la cuerda del vestido.
-Adiós, Nat. Vete pronto a la cama y sueña con angelitos.- Se rie como si fuese una niña de 5 años con problemas mentales. Noto que la última frase lleva un sentido oculto, pero no me apetece pensar en él.
-No me llames Nat- me despido y le cierro la puerta en las narices. Para que le quede bien claro que aunque haya pasado unas horas en mi casa seguimos sin ser amigos y sigo sin fiarme de él.
Entonces me doy cuenta de que podría haberle preguntado sobre su cita. A lo mejor era con el de los zapatos rojos. Me huelo algo en todo este asunto...

"¿Qué es lo peor que has hecho?".

Capítulo 8. La comida.

Nos sentamos en la mesa y mamá empieza a servir los spaghettis mientras me acuerdo de Alex y toda su familia.
Me ha vuelto a tender una trampa y yo he vuelto a caer como una tonta. ¿Un beso? ¿Cómo se me ha podido ocurrir que solo me pidiese un beso?
Me dirige una sonrisa en la que me demuestra que se está riendo de mí. Yo me agarro la mano para no seguir el pueril impulso de tirarle el pan a la cara y borrarle esa sonrisita.
Me da tanta rabia... Y lo peor es que me ha gustado. Y que me he quedado colgando como una idiota, proporcionándole la perfecta excusa para reirse de mí otra vez.
-¿Por qué no le cuentas a Alex el viaje que hiciste a Italia?- me sugiere mamá. Llevan un rato hablando y he estado tan ocupada intentando adquirir de repente poderes mentales en plan Star Wars (sí, soy una friki) para fulminar a Alex, que no me he enterado de nada.
Me encojo de hombros.
-Fuimos en avión, visitamos el Coliseo y todo eso- sacudo la mano para decirles que no fue tan importante- y nos volvimos. Sí, muy interesante.-Acabo con un diálogo conmigo misma.
-¿Haceis viajes con vuestro instituto?- le pregunta mi madre a Alex después de lanzarme una mirada reprobadora. ¿Y ahora qué he hecho?
-En realidad,- se aclara la garganta- yo ya no voy al instituto. Tengo 19 años. Pero suelen decirme que aparento menos- sonrie, encandilando a mis padres.
-No eres mucho mayor que Natalie- continúa mi madre.- Ya está en el último curso.
Habla como si no estuviese presente o como si tuviese que patrocinarme. Tengo ganas de subirme a la mesa de pie y bailar en sus narices. A lo mejor se daría cuenta de que estoy delante.
-¿Qué vas a estudiar, Nat?- desvía la atención hacia mí Alex. Me exaspera. Ya le he dicho que no me llame Nat. Puedo ver en sus ojos que realmente disfruta con un siniestro placer de todo esto. Placer que me encargaré de arruinarle con una sonora bofetada. Primero en su orgullo. Luego en su mejilla.
-Medicina. Y no me llamo Nat- respondo friamente, entrecerrando los ojos.
-Todos te llamamos Nat- dice mi madre. Me acaba de dejar por los suelos. Con aliados como mis padres, ¿a quién le hacen falta enemigos?
-¿En qué universidad estudias, Alex?- vuelve a abrir la boca por fin mi padre, desviando la conversación. Papi, te quiero.
-En la Universidad de Washington- responde Alex.
Un murmullo de admiración procedente de mis padres recorre la mesa cuando Alex dice que está estudiando negocios. Y pienso en el negocio que acabamos de hacer. ¿Le habrán enseñado a estafar así en la universidad? Porque es juego sucio.
La comida transcurre ya con normalidad y yo evito meterme en la conversación. Solo le lanzo miradas de amenaza a Alex de vez en cuando. Pero él, en vez de asustarse y salir por patas, se rie.
-¿Por qué no le enseñas la casa a Alex?- me sugiere mi madre. Me quedo paralizada. Oh no. Ya sé lo que pretende. Quiere juntarme con él. Nunca. Nun-ca. Ya puede ir olvidándose.
Pero pienso que así puedo hablar con él y convencerle de que se vaya. Me levanto de la mesa seguida de cerca por él. Nos dirigimos al salón.
-Este es el salón donde me rompiste dos figuras. ¿Qué te hicieron los pobres angelitos?
-Nada. Quería despertarte y fue lo primero que pillé.- Oculta algo. Lo noto. Le miro, intentando detectar un movimiento sospechoso, pero todo es normal. ¿Que razón tendrá para haber roto los cupidos? No eran tan feos, ¿no? Pongo los ojos en blanco. Alex es el típico personaje que parece que oculta algo incluso cuando te dice la hora.
Subimos las escaleras y llegamos a mi habitación.
-Esta es la habitación donde me estafaste.
-Ya... Me dirás que no te gustó.- Se queda cruzado de brazos apoyado en la pared. Noto como mi piel se pone de un color rojo delator. Él se rie ante mi turbación.
-Sigamos- digo cambiando de tema.- Esta es la habitación de mis padres,- la señalo sin darle mucha importancia,- este es el baño y esta es la habitación de invitados.
Doy media vuelta y me dirijo hacia las escaleras, esperando que me siga. Cuando veo que no lo hace me doy la vuelta y me lo encuentro tan tranquilo sentado en la silla de mi escritorio. Este tio tiene una cara...
-¿Qué haces?
-¿Por qué tienes una figura de un ángel en tu habitación?- me pregunta como respuesta. En mi escritorio, en una esquina, se encuentra un angelito rechoncho, sonriente, con las alas azules y la piel blanca.
Me encojo de hombros:
-Nos lo regalaron hace tiempo y me lo quedé yo- le contesto.- ¿A qué viene esa pregunta?
-Tenía curiosidad- dice escueto.

Natalie.

Capítulo 7. Una condición.

-Nat, abre la puerta- me grita mi madre desde la cocina. Han llamado al timbre y doy por hecho que es Alex, que viene a comer. Voy hacia la puerta con mi ligero vestido blanco moviéndose a mi alrededor y mi sempiterno colgante atado al cuello. Es una fina cadena de oro blanco con una perla que cuelga en el extremo, un poco más abajo de la clavícula. Es simple pero bonito. Desde que me lo regaló mi madre cuando cumplí diez años no me lo he vuelto a quitar. Lo considero mi posesión más preciada.
-Hola-le saludo con frialdad. Él me sonríe, burlón, y tira de un cordón que cuelga del cuello de mi vestido.
-Pareces un ángel- me dice al oido cuando pasa y yo le arranco el cordón de la mano con brusquedad.
-Y tú un demonio- le replico. Más tarde me daría cuenta de lo jodidamente acertada que estuve.
Lleva una camiseta negra normal de manga corta y unos vaqueros. Y por mucho que me cueste admitirlo le queda realmente bien. Tiene un aire de chico malo que me gusta especialmente.
Oigo como saluda a mis padres e insiste en que deberían haberle dejado traer un postre o algo. Mis padres están encantados con él. En serio, cuando le ven salir de su casa le saludan y les gotea la baba. A veces me quedo esperando a que les salga cola y empiecen a moverla de un lado a otro, contentos, mientras van a lamer a Alex. Asqueroso.
Llevo todo el fin de semana advirtiéndoles que no deberían fiarse de él y ellos se reían como si estuviese bromeando. Les tiene hipnotizados, lo juro.
Me siento en el salón y empiezo a juguetear con los cordones del vestido que cuelgan del cuello. Mi piel es tan blanca que casi podría confundirse con el vestido. Una vez me preguntaron si era un vampiro. No aguanto esas bromas pesadas de gente que se cree inteligente, y que te lo hace creer hasta que abre la boca. Un ángel, me había dicho Alex. La verdad es que parezco la típica niña buena con mi vestidito, mi pelo rubio y mis ojos grises. Pero siempre fue mejor utilizar esa ventaja para poder hacer lo que quisiera.
-¿En qué piensas?-me pregunta Alex sentándose a mi lado en el sofá.
-En que te quiero fuera de mi casa.- Se lleva una mano al corazón con sorna.
-Pero Nat, ¿por qué no quieres ser mi amiga?- Se está riendo de mí.
-Porque entraste en mi casa de algún modo y luego me hiciste creer que estaba loca. Y no me llames Nat.
-Pero no me decepcionaste y descubriste la verdad, Nat.-Suelto un gruñido que no suena del todo femenino.-Lo que me recuerda que íbamos a hacer un trato, ¿no? Pero no me quedó muy clara cuál era tu parte.
-Yo no tengo ninguna parte. Tú sales de mi vida y punto.
-Hagamos algo mejor... Yo salgo de tu casa y de tu vida para siempre, pero con una condición.
-¿Cuál?- entrecierro los ojos con recelo.
-Un beso. Solo tienes que darme un beso.- No sé como lo ha hecho pero está peligrosamente cerca y mi piel empieza a arder. ¿Qué se cree? ¿Y por qué me atrae tanto la idea?
-¿Cuál es la trampa?
-¿Por qué siempre tiene que haber una trampa? Es sólo un beso. ¿O esque tienes miedo?-Levanta una ceja.
Suelto una carcajada con burla. ¿Miedo?
-Vamos arriba. No quiero que nos pillen mis padres. Sería incómodo.- Hago una mueca, imaginándome la escena.
Me levanto y me sigue escaleras arriba hasta mi habitación. Cierro la puerta con cerrojo, por si acaso. Él me mira y se rie. Después se gira para inspeccionar cada rincón, como si estuviese en su casa. Abre un cajón y se encuentra con mi ropa interior perfectamente doblada.
-¡Eh!- chillo mientras cierro el cajón de golpe.- Esto no es asunto tuyo.
-No ha cambiado nada desde la última vez que estuve aquí-dice mirando alrededor.
-¿Cuándo has...?- Entonces me viene a la mente la noche que me quedé dormida en el salón y aparecí en mi cama.-Así que no soy sonámbula, al fin y al cabo- susurro para mis adentros.
Alex se aburre de mirar cajones y se acerca a mí. Demasiado cerca.
-¿Acabamos?- intento sonar indiferente, pero la voz me traiciona temblándome.
-¿Quieres acabar?- Se sigue acercando y yo no puedo parar de mirar su boca. Maldita sea. Asiento con la cabeza sin estar demasiado segura. Siempre he sido bastante alta y superaba a la mayoría de los chicos, pero Alex tiene la altura ideal, una cabeza más alto que yo. Me empieza a temblar el labio inferior como siempre que estoy nerviosa. Alex alza una ceja. Mierda, lo ha visto.
-¿Nerviosa?- Compone una sonrisa de medio lado.
-¿Por qué iba a estarlo?- Intento sonar indiferente y de nuevo la voz me vuelve a fallar. Maldita sea.
Entonces se acerca tanto que ya no queda ni un ápice de aire que nos separe. Acerca su boca pero no me besa todavía, quiere provocarme. Pero decido que no voy a ser yo quien rellene ese hueco y al final es él el que se inclina hacia delante. Y me gusta. Y no creo que sea bueno. Cierro los ojos y mi mente deja de funcionar, soy incapaz de pensar con claridad. Lo único que sé es que no quiero que este beso acabe nunca.
Pero acaba.
Se separa y me mira mientras yo sigo colgada en el aire todavía con los ojos cerrados esperando más. Carraspea riéndose y me recompongo, dándome cuenta de que parezco imbécil.
-Ya está.
-Bueno, pues vamos a comer, ¿no?- dice dirigiéndose a la puerta.
-¿Qué? Me dijiste que desaparecerías.
Se encoje de hombros:
-Mentí.

"Pareces un ángel..."
"Y tú un demonio".   

viernes, 4 de marzo de 2011

Capítulo 6. Mis padres.

Un coche se detiene en la puerta de mi casa. De él se baja un señor sonriente, con una camiseta que él considera moderna en la que aparece la foto de un dinosaurio y debajo está escrito un chiste de arquéologos que solo entiende él. Y al lado, una señora delgada y aún más sonriente, con un sombrero que hace décadas que dejó de estar de moda.
Han vuelto mis padres.
Salgo a la puerta a recibirles, fingiendo que no me han estropeado lo que queda de fin de semana.
-¡Cariño!- chilla mi madre mientras se lanza en plancha a abrazarme (no exagero, fue como el salto de Michael Jordan en los "All Stars"). La devuelvo el abrazo con unas palmaditas en la espalda.- Te hemos comprado una camiseta.
-Oh, no hacía falta que os molestaseis.- Finjo agradecimiento cuando por dentro me pregunto qué mierda me habrán traído ahora. Pensaréis que soy una desagradecida, pero creedme que en mi situación temeríais lo mismo. Me basta deciros que en el último viaje que hicieron a San Diego me compraron un sombrero de mariachi gigante, que me hicieron llevar mientras paseábamos por el centro de la ciudad.
Mi madre abre el maletero y yo rezo porque no sea un sarcófago o algo parecido. Es mucho peor. Mi madre saca una camiseta con una momia impresa en tamaño casi real en el centro. Solo con verla asusta, pero esque encima están cosidas unas vendas a la camiseta, para que sea más real.
-¡Qué original!- Me entusiasmo por fuera. En mi interior tengo arcadas y unas ganas tremendas de quemar la camiseta.
-La vimos en la tienda y pensamos que era muy graciosa- me explica mi padre. Yo sigo sonriendo forzadamente.
Me giro hacia mi padre que ya ha acabado de descargar las maletas.
-¡Papá!
-¿Qué pasa?- pregunta con aire de colega de toda la vida. Aclaremos algo: Mis padres creen que somos amigos. Pero les considero tan amigos como modernos. nada en absoluto. No me interpretéis mal, a pesar de los regalos cutres y su comportamiento yo les quiero mucho, pero ¿Tan raro es pedir un padre y una madre normales?
Justo mi vecino elige ese momento para salir de su casa a recoger el periódico. Imaginaos la escena: mi padre con una camiseta hortera, mi madre con un sombrero anticuado y yo sujetando entre mis manos una camiseta horrorosa.
-Buenos días- saluda, educado. Pero puedo leer la burla en sus ojos cuando me mira.
-Tú debes de ser el nuevo vecino- se dirige a él mi padre. Se estrechan la mano y mi madre se acerca también para darle la bienvenida. Yo no voy a quedar como una maleducada, así que me uno a ellos también después de un tiempo prudencial.
-¿Cuándo te instalaste?- se interesa mi padre.
-Hace un par de días nada más.
-Esta es nuestra hija, Natalie- me presenta mi madre cuando me acerco.
Alex extiende una mano para estrechármela, pero yo la miro con frialdad y digo:
-Ya nos conocemos.
-Si me disculpan, tengo que acabar de descargar- se despide Alex. Me mira al pasar, estudiando mi reacción. Yo suspiro aliviada, pero no dura mucho porque a mi padre se le ocurre la genial idea de ofrecer nuestra ayuda.
Y ahí estamos. Descargando cajas de su coche para dejarlas en su salón. Me fijo que no está del todo amueblado, tiene solo un sofá negro, una mesita baja y otra más alta donde está la tele. A través de su casa no puedo obtener ninuna información sobre él. A lo mejor su habitación me aportaría más datos.
En un momento dado, no sé como lo consigue pero nos quedamos a solas en su salón él y yo.
-Bonita camiseta- se burla.
-Te he pillado.
-¿Haciendo qué?
-Ayer me llamaste Natalie, y yo en nigún momento me he presentado, solo te dije mi nombre la noche que entraste en mi casa y luego lo negaste.
Sonrie, astuto y sin miedo, justo al contrario de lo que esperaba.
-No pensé que cayeses en tan pequeño detalle.
-Quizá me infravaloraste.
-Nunca me atrevería a infravalorarte.
-¿Por qué no hacemos un trato?
-Sorpréndeme.- Alza una ceja.
-Tú no vuelves a entrar en mi casa ni a hacerme sentir como una pirada.
-¿Y tú?
-Yo no he hecho nada.
-En un trato tiene que haber dos partes que colaboren, ¿no? No puedo hacer yo todo el trabajo.
-Tú empezaste. Se siente.
Mis padres entran riéndose por la puerta y nuestra discusión se interrumpe. Entonces mi madre suelta:
-Oye, Alex, ¿por qué no te vienes a cenar el lunes a casa?
Oh, venga ya...

Natalie.

Capítulo 5. No dudo de mi cordura.

Me despierto por la mañana tumbada en mi cama con la ropa todavía puesta. Está arrugada y tengo el pelo despeinado. ¿Cómo pude dormirme con la ropa puesta? Estaba viendo una peli del oeste y me quedé dormida en el sofá. Puede que la pregunta sea: ¿Cómo llegué a mi cama? A lo mejor Vir tiene razón y soy sonámbula. Me siento al borde de la cama y miro el reloj digital que hay encima. Las 11:00. Demasiado tarde para tratarse de mí. Muchas emociones, quizás. Pero hay algo que atrae aún más mi atención. Posada con suavidad, casi levitando encima del reloj, se encuentra una pluma blanca. Mi mente me dice que algo raro pasa, pero no he desayunado y me acabo de levantar, así que decido dejar las cabilaciones para otro momento.
Miro por la ventana y veo salir a Alex de su casa, silbando y lanzando las llaves al aire para recogerlas después en su mano otra vez. Corro escaleras abajo como una posesa y  a punto de caer rodando. Salgo por la puerta justo cuando abre la puerta de su coche, y prácticamente me tiro encima suyo cuando le digo:
-¡Tú! ¿Cómo lo hiciste?
-¿Cómo hice el qué?-dice con un rastro de sorpresa demasiado fingido. No me fio un pelo.
-Colarte en mi casa sin abrir ni una ventana ni una puerta, y luego desaparecer en un segundo.
-Creo que ese tema ya lo hemos discutido.- Pone los ojos en blanco.- ¿Has ido ya a que te lo miren?
-¡No estoy loca!
Me mira con cara escéptica, levantando una ceja. Vale, tengo el pelo revuelto, la ropa arrugada y mal puesta y seguramente se me haya corrido el rímel al dormir, pero no estoy loca, ¿de acuerdo? Joder. Nunca había dudado de mi cordura hasta este momento. No, directamente nunca he dudado de ella. Es él, que me confunde.
Me acerco a él amenazante, y le susurro para dar más énfasis a mis palabras:
-No me gusta tu juego sucio y por mucho que lo niegues yo no dudo de mi cordura, sé que estuviste ayer en mi casa. No soy sonámbula y las figuras que faltan sé que las rompiste tú.
Se rie. En mi cara. No puedo con mi cabreo. Este chico está haciendo que dude de mí hasta Vir. Ahora mismo tengo unas ganas tremendas de soltarle una patada en el centro de ese perfecto culo.
-Lo siento, Natalie, llego tarde. Otro día me cuentas que tal te van las sesiones.
Se mete en el coche y arranca sin darme tiempo a reaccionar.
Cabreada, vuelvo a mi casa pisando fuerte y dándole una patada a la verja blanca que la rodea.
Me voy directa a la ducha mientras me como una magdalena de desayuno. Tiro la ropa directa a lavar y me meto en la ducha. El agua cae justo sobre mi coronilla, descargando todas las tensiones.
Más relajada, salgo con una toalla alrededor del cuerpo. Sigo pensando en Alex. Maldito cabrón... ¡Mira que llamarme loca! Entonces caigo en algo que antes se me había pasado por alto. Sabía mi nombre, me había llamado Natalie. Y yo no se lo había dicho. Mi nombre lo descubrió la noche que entró en mi casa. Le cacé.

Alex.

Capítulo 4. No estoy loca.

-¡Eh!-le llamo al entrar en el callejón. Nos distancian unos diez metros que siento como si fuesen un kilómetro.
Alex se gira, me da un repaso y, sin decir una palabra, se vuelve a dar la vuelta y sigue andando.
-¡Eh!-repito.- ¿Qué haces?
Por perseguirle me he ido metiendo más y más en el callejón y no me hace ninguna gracia. La calle es estrecha y agobia. Tiene las paredes negras de la suciedad y está mal iluminada.
-¿Qué quieres?- me pregunta parándose a unos cuantos metros.
-Que me expliques qué hacías ayer por la noche en mi casa.
-¿En tu casa?- Me mira como si estuviese loca.
-Sí, en mi casa. Esa que está justo enfrente de la tuya.
-Sé cual es tu casa. Eres mi nueva vecina, ¿no?- Asiento y prosigue:- Pero nunca he estado en tu casa.
-¿Qué?- parpadeo perpleja.- ¡Claro que has estado! Anoche a las tres de la madrugada.
-¿Sabes? No tengo tiempo para ocuparme de vecinas psicópatas que sueñan cosas raras y luego me abasallan en los callejones.- debe de estar bromeando. Tiene la cara normal, no me deja leer nada en sus facciones. Definitivamente este chico es idiota.
-Me rompiste dos figuritas. ¡Y no estoy loca!
-Ya... ¿Has pensado en ir a ver a un médico?
-¿Cómo?- Vuelvo a preguntar como una idiota.
-Digo que te lo vayas a revisar- me dice lentamente, como si fuese imbécil, dándose unos golpecitos en la cabeza. Acto seguido gira sobre sus talones y sigue andando. Yo me quedo parada ahí unos minutos con la boca desencajada.
Cuando me recupero de la sorpresa, vuelvo a la cafetería y me siento enfrente de Vir.
-¿Y?- me pregunta expectante.
-Dice que nunca ha estado en mi casa y ha sugerido que estoy loca.- Más que sugerirlo lo había afirmado rotundamente.
-A lo mejor lo soñaste.
-No lo soñé, estuvo ahí. Y todavía tengo las figuritas que rompió para demostrarlo.
-¿Cómo entró en tu casa?- pregunta.
-No lo sé. Las ventanas estaban todas cerradas y la puerta también. Y para salir... Simplemente desapareció.
Conozco perfectamente a Vir y noto cuando no se traga algo. Ahora mismo lo estoy viendo en su cara.
-Vamos a mi casa, necesito comprobarlo.- «Y que me creas» añado en mi fuero interno.
Menos de quince minutos después estamos mirando fijamente la basura, buscando los trozos de las figuritas que rompió.
-No las veo- dice Vir.
-Esta mañana he hechado la basura a la calle para que se la llevase el camión. Estaban ahí.
Adiós a mi única prueba que demostrase mi cordura. Joder.
Vamos al piano para que Vir vea que no están las dos figuritas de los ángeles.
-Has tenido episodios anteriores de sonámbula, ¿no?- dice Vir. No me gusta el camino que está tomando. ¿Esque no me cree?- A lo mejor estabas soñándolo y rompiste las figuritas sin quererlo.
-Fue él. Te lo juro, Vir.
-De cualquier modo, ¿por qué rompiste precisamente las de los ángeles?
- ¿«Rompiste»? No me crees, ¿verdad?- la pregunto hundida. Pero no hace falta que me conteste, lo veo en su rostro.
-Me gustaría, Nat. Pero, ¿qué pruebas tienes? Tu relato fue extraño. Tu nuevo vecino entra en tu casa a las tres de la madrugada sin abrir ni una puerta ni una ventana y desaparece en un segundo, disolviéndose en la nada. No se molesta en robarte ni una joya, solo toca tus figuras y rompe dos angelitos. Y cuando le preguntas, dice que estás loca y que jamás estuvo en tu casa. Es demasiado, Natalie. Deberías haberte inventado algo menos fantástico como que tu vecino te observa con unos prismáticos desde su ventana, o algo así.
-Vir, tienes que creerme.
Se encoje de hombros mientras se disculpa. Yo me doy por vencida.
El reloj da las nueve de la noche y Vir se despide.
-He quedado con Jonny para cenar. Te veo mañana, ¿no?- me dice antes de irse.
-Claro.
Jonny es su novio desde hace dos años. Son la pareja perfecta. Él la saca una cabeza, es más o menos de mi altura, lo que le parece perfecto a Vir. Es castaño, con los ojos marrones y tiene una espalda ancha después de un montón de años en el equipo de Rugby del instituto.
Es cariñoso y está siempre pendiente de ella. Son la envidia de todas las chicas y los chicos que los ven.
Cierro la puerta con llave cuando Vir se va. Con un suspiro me siento en el sofá a ver un rato la tele.
Después de media hora de zapping sin resultados, algo despierta de nuevo mi interés.
Una señora con el pelo mal teñido de pelirrojo, sujetado con una diadema morada de lentejuelas y demasiado maquillaje que no consigue ocultar las arrugas está presentando un programa llamado «Más allá de nuestro mundo». Dejo el programa un rato para reirme de la señora. Está hablando sobre ángeles y demonios que viven entre nosotros y unas cuantas gilipolleces de ese estilo. Más tarde me arrepentiría de haberme reido de ella y haber pensado eso.
¿Y Alex decía que yo estoy loca? Eso es que no ha visto nunca a esta señora hablar. Me rio un rato más. Lo peor es que seguramente haya algún idiota que se lo creerá. Cuando me empiezo a aburrir cambio de canal y pongo una película antigua del oeste que ni siquiera me interesa.
Me quedo dormida en el sofá, escuchando de fondo el sonido de las pistolas.

Natalie.

Capítulo 3. Stop&Coffe.

-¿En tu casa? ¿A las tres de la madrugada?- me pregunta María con incredulidad. Vir me mira con los ojos como platos sin abrir la boca. Estamos en el parque, al lado de una pequeña fuente. Les estoy contando mi pequeña aventura de anoche.
-Lo que oís- digo asintiendo con la cabeza.
-¿Qué se le perdió ahí?-sigue preguntando María. Tiene un bonito acento español que le añade cierta originalidad a cada una de sus palabras. María es morena, con la tez aceitunada y los ojos azules. Es bajita y tiene el pelo negro corto recogido en dos  trenzas. Tiene pequitas en las mejillas que le dan un aire de niña pequeña muy inocente, y hacen juego con su personalidad, un poco pueril pero sin rayar en lo excesivo.
-A él no sé, pero a mí la dignidad. Acababa de tener un sueño en el que estaba delante de su casa, y me preguntó qué había soñado.
-¿Y qué le dijiste?- añade cada vez más emocionada. Tiene los ojos abiertos de par en par como si le estuviese contando la mejor historia del mundo.
-Que no lo recordaba. Pero me pilló. Me dijo que cuando miento desvio la mirada y me toco la oreja. De todos modos, es un creido y un prepotente. Y encima me rompió dos figuritas.
-¿Qué vas a hacer?-pregunta María.
-Le diré a mi madre que se me cayeron al suelo sin querer mientras limpiaba. Si se entera de que un chico entró no volverán a dejarme sola.
-Me refería respecto a Alex. Se llama así, ¿no?
-No lo sé. Había pensado en presentarme en su puerta a pedir explicaciones.
-¡Perfecto! Entonces te dirá que no es nada, pero una pistola asomará por el bolsillo de sus vaqueros. ¡Y te verás envuelta en un auténtico misterio!-María está ahora chillando y dando saltitos. A diferencia de Vir, María se emociona con cualquier cosa y está siempre gritando. Es como la hermana pequeña que mis padres nunca me dieron. ¡Y anda que no insistí! Vir sigue callada, como reflexionando.
-Bueno, chicas, me voy corriendo. ¡Hoy tengo mi primer día de trabajo!- Vuelve a gritar María emocionada.
Vir y yo la deseamos suerte al unísono y la prometemos pasarnos por la cafetería donde trabaja más tarde.
-¿Qué opinas?- la pregunto.- Has estado todo el rato callada.
-Creo que ese chico oculta algo, pero no creo que sea algo como un asesinato. O es posible que estuviese borracho y solo quisiese un poco de marcha.
-No estaba borracho, estaba perfectamente en sus cabales, créeme.
Se encoge de hombros y seguimos hablando. La opinión de Vir siempre me ha importado por encima de cualquiera. Es observadora y nunca se le pasa desapercivido nada.
Dos horas después nos dirigimos al Stop&Coffe para ver a María. Nos sentamos en una mesa lo más alejadas posibles de la ventana porque en este mes de junio el calor abrasa como nunca.
-¿Habéis visto lo que me han hecho ponerme?- dice María desconsolada. Lleva un gorrito rosa cuadrado y un delantal rosa que la hace parecer un bebé gigante. Se sienta a nuestro lado y apoya la cara en la mano con una mueca de disgusto.
-Mery, ¿quieres que te lleve un café?-le grita regañándola con sarcasmo el que parece el camarero jefe.
-Es mi tiempo de descanso, mister, y es María, no Mery.
-¿Tiempo de descanso? ¡Aquí no hay de esas mariconadas! ¡Ponte a trabajar!
Con un suspiro, María agarra su bandeja y sigue atendiendo mesas.
Una pelambrera morena asoma en una de las mesas. No puede ser. Me levanto ligeramente de la silla para conseguir ver mejor. Es él. Sus ojos azules están mirando hacia la persona que lo acompaña y no me han visto. La barra me tapa la visión de su acompañante. Me  escondo tras el menú mientras le susurro a Vir que mire hacia allí.
-Es él, mi nuevo vecino.
Vir le mira y sonrie.
-Es guapo, ¿no?
En ese momento María va a atender su mesa. Yo espero a que termine para llamarla con una seña.
-¿Habéis visto al de la mesa que acabo de atender? Con tios así como clientes vuelvo a tener ganas de trabajar aquí- dice muy rápido y con una sonrisa de oreja a oreja.
-Sí, le vi ayer cuando se coló en mi casa.
A María le cuesta reaccionar. Hasta que al final dice abriendo mucho los ojos:
-Oh Dios mio, ¿es él?
Asiento mientras me aparto el menú de la cara. Vuelvo mi vista hacia la mesa de Alex, que se está levantando. Le tiende la mano a su acompañante, que se la estrecha, y sale por la puerta. Esta es mi oportunidad.
-Luego os veo, chicas.
Ni me giro para mirarlas, para no perder de vista a mi vecino. Salgo por la puerta de la cafetería siguiéndole a una distancia prudencial.
Pasado un trecho gira a la derecha, metiéndose por un callejón y sin dudarlo le sigo para abordarle.

Stop&Coffe.

Capítulo 2. Una extraña visita.

Estaba en su puerta, a punto de llamar, cuando ésta se abre sin un solo ruido. Por ella sale un hombre encorvado, con cierta chepa que le hace mayor y cansado. Su cara se mantiene todo el rato en las sombras y sus zapatos italianos rojos taconean con un ruido sordo al alejarse. Mira hacia todos los lados con una pose de cautela, como de un gato al acecho. Cuando le pierdo de vista, me pregunto por enésima vez qué me deparará el nuevo vecino. Casi puedo palpar el aire de misterio que se respira en esa casa. La cortina de una ventana se mueve hacia un lado, ayudada por alguien. Estoy a punto de verle la cara al misterio que oculta este inquilino. Una sombra de expectación cruza mi cara, y en la ventana aparece...

Un ruido que proviene del piso de abajo. Mis ojos se abren como platos y al acecho. Maldigo al ruido que me ha despertado, dejándome con la intriga de lo que esconde mi sueño. Qué manera de exagerar las cosas al cerrar los ojos. El nuevo vecino no tiene nada de extraño, debió ser su padre o su tio el que salió anoche de su casa. Pero la verdad es que la intriga del sueño ha sido bastante interesante.
Me doy la vuelta en la cama, dispuesta a volver a dormir, cuando otro ruido llega a mis oidos. Esta vez sí que me asusto. No voy a alardear de valentía y decir que jamás nada me asustó porque sería mentir. Lo cierto es que soy una cobarde y además una masoquista, porque adoro ver películas de miedo y luego no dormir durante semanas mientras me escondo bajo las sábanas por miedo a que se hagan realidad.
Pero la curiosidad siempre fue más fuerte que el miedo o el simple instinto de supervivencia, así que me levanto de la cama y pulso el interruptor de la luz. No se enciende. Pruebo con la luz del pasillo y obtengo el mismo resultado. Vuelvo a la habitación y cojo mi móvil. Bajo lentamente las escaleras de mi casa, alumbrándome con la linterna del móvil. «La curiosidad mató al gato» me recuerdan mis traicioneros pensamientos. Yo les chisto mentalmente y me digo que no hay de qué temer, pero en mi fuero interno estoy deseando salir corriendo a meterme debajo de la cama. Descarto la idea del ladrón, en este barrio jamás ha habido ladrones que pudiesen pasar la barrera de seguridad que nos separa del mundo. Sin embargo, las demás alternativas no son muy tranquilizadoras.
Llego al salón y me armo con una foto enmarcada, dispuesta a estampárselo en la cabeza a cualquier intruso, violador o asesino.
Me dirijo al piano, donde una figura toquetea las figuras que reposan encima, con manos expertas. En el suelo distingo piezas rotas de dos figuras que han caído al suelo, provocando el ruido que me ha despertado. El corazón me late a mil por hora cuando apunto al intruso con el móvil, sosteniendo el cuadro como un arma en la otra mano.
El vecino nuevo.
Ni siquiera se inmuta al apuntarlo con la luz. Sigue revolviendo entre las figuras, haciendo caso omiso de mí.
-¿Qué coj...?-me interrumpo, incrédula. Replanteo la pregunta mejor:- ¿Qué se supone que haces tú aquí?
Ni se vuelve para mirarme cuando contesta con otra pregunta:
-¿Qué te importa?
No lo puedo creer. Debe de ser una broma pesada, o una cámara oculta. No puedo evitar pensar que es la primera vez que le oigo hablar y que su voz es preciosa. Grave y suave, tranquilizante.
-Estás en mi casa-le señalo. A lo mejor no se ha dado cuenta.
-Júralo-dice sin molestarse en finjir sorpresa. De repente una sonrisa de medio lado se le forma en la boca y suelta una risa por lo bajo.
-¿De qué te ries?- No he dejado de sostener el cuadro por si intenta atacarme, aunque no parece que vaya a hacerlo. Él por fin se gira al contestar, clavando sus ojos de hielo en mí y haciendo que las piernas me tiemblen.
-Me estaba acordando de tu cara ayer. ¿Te pasaba algo?- dice señalándose la boca mientras frunce el ceño, fingiendo preocupación. Genial. He ido a dar con el tio más creido sobre la faz de la tierra, que piensa que todas babean por él. Bueno, es posible que así sea, pero no por eso tiene derecho a creérselo.
-Ah, quería disculparme. Estaba intentando aguantar el vómito, pero al verte fue difícil-le digo con frialdad. Toma esa. ¿Ahora qué contestas, listillo? Ya saboreando la victoria de haberle dejado sin palabras, me deja perpleja al contestar:
-No tenías cara de asco. Más bien de estar teniendo un precioso sueño conmigo.
Suelto una carcajada desdeñosa.
-Aunque te parezca increíble, no todas sueñan contigo.
-¿Ah, no? ¿Qué estabas soñando tú está noche?
Mierda.
-No lo recuerdo-le digo intentando que no se note lo turbada que estoy. Él se rie por lo bajo y sé que me ha pillado.
Mira hacia el piso de arriba, a la puerta de la habitación más cercana a las escaleras, la de mis padres.
-¿Están tus padres en casa?
-Sí, y seguramente hayan oido ruidos y estén preparando la escopeta.- Intento parecer neutro y que la voz no delate que estoy mintiendo. Lo cierto es que mis padres se fueron a un congreso de arqueólogos hacía ya dos noches y no volverían hasta dentro de un par de días. Pero él no tenía porqué saber eso.
Sonrie con la boca un tanto torcida, dejando ver unos dientes blancos y bien colocados.
-Mentira. No eres capaz de aguantar la mirada cuando mientes, te pones nerviosa y te tocas la oreja. Exactamente igual que cuando has dicho que no recordabas tu sueño. Eres una mentirosa pésima, Natalie Hydes.
-¿Cómo sabes mi nombre? No recuerdo habértelo dicho.
-Yo sé muchas cosas...-dice con actitud arrogante.- Pero eso precisamente lo sé porque está escrito en tu camiseta.
Me miro la vieja camiseta de los Ramones que utilizo para dormir. Ahora está llena de agujeritos y luce descolorida, pero cuando me la compré estaba bien y solía llevármela a los campamentos. Por eso la etiqueta con mi nombre sigue cosida en el bajo de la camiseta que ahora está doblado, dejando ver mi nombre y apellidos.
-Ahora estaría bien que tú me dijeses el tuyo, ¿no? No me gusta jugar con desventaja.
Un nuevo interés brilla en sus ojos.
-Alex.
Alex. Me gusta. Demasiado para ser bueno.
-Y ahora estaría mejor aún que te largases de mi casa- le sugieron con fuerza, dándole a entender que le quiero fuera en menos de dos segundos. Eso parece hacerle mucha gracia, porque suelta una suave carcajada. Cuando deja de reirse se acerca un paso a mí y yo retrocedo instintivamente. Un crujido suena debajo de mi pie y yo lo levanto, asustada. He pisado sin querer las figuritas que hay en el suelo. Por suerte, me he puesto las zapatillas de casa y no me he hecho daño. Me agacho para recogerlas, y cuando me giro para mirar a Alex veo que ha desaparecido. ¿Cómo se ha podido ir tan deprisa? No ha pasado ni un segundo. Me encojo de hombros.
Miro los trozos de las figuras que Alex ha tirado al suelo. Son dos angelotes gorditos y en pañales hechos de cerámica. Uno está tocando la lira y el otro la flauta. Con pesar los tiro a la basura mientras voy preparando una excusa para cuando mi madre me pregunte donde están.
Vuelvo a pasar por delante del piano y me encuentro, posada sobre las teclas, una pluma blanca, inmaculada y perfecta. ¿De dónde ha salido? A lo mejor un pájaro se ha colado por la ventana. No oigo ningún aleteo que me dé una pista, así que me dirijo de nuevo a mi cama. Miro el reloj de mi mesilla de noche. Marca las 3: 35. Maldigo en un susurro y me refugio entre las sábanas.

Cupidos.

Capítulo 1. Vecino nuevo.

-Tienes alas- le digo.
-Muy perspicaz-contesta él con ironía. Vale, es posible que no haya sido mi comentario más lúcido, pero ¿qué quieres? Después de todo lo que ha pasado es demasiado pedir que mi mente siga funcionando igual que antes, ¿no?
Pero empecemos desde el principio, porque más de uno ya se ha perdido llegados a este punto:

Todo comenzó hace un año, con el nuevo vecino. Venía solo, sin padres, amigos o novia. Podría decir que en lo primero en lo que me fijé fue en su extraña personalidad y quedaría como una chica profunda y poco superficial; pero sería mentir. Fueron sus ojos. Dos pedazos de cielo colocados en su cara, haciendo de ella el ideal griego. Bueno, no sé si griego, pero mi ideal seguro. Ya la he vuelto a fastidiar. No creais que soy frívola, pero admitámoslo: era sencillamente perfecto. Podría tirarme aquí una hora describiendoos la línea de su espalda o la curva de sus labios, pero me falta tiempo y ganas. Pasemos directamente a nuestro primer encuentro.
Él estaba trasladando cajas desde su coche (no voy a decir de qué modelo porque ni me fijé, ni me acuerdo, ni tengo idea alguna de coches. Dejémoslo en que era bonito). Yo estaba saliendo por la puerta de casa para encontrarme con Vir, cuando le vi. Estaba de espaldas, una camiseta blanca dejaba distinguir la perfecta curvatura de una bien moldeada espalda, y unos pantalones vaqueros tapaban un culo muy bien formado, en sus perfectas proporciones: es decir, ni parecía que le fuese a reventar el pantalón, ni succionaba los vaqueros por la carencia de culo. Su pelo del color del azabache brillaba al sol, cuidadosamente despeinado. Sin embargo esto tampoco atrajo mi atención demasiado. En realidad fue cuando se giró. Me di cuenta de que había quedado prendada de sus ojos para siempre, que quería nadar en ellos. Él me devolvió la mirada y una sonrisa de medio lado se empezó a formar en su boca. Se estaba riendo de mí. Cerré la boca como una idiota y recogí algo de mi dignidad mientras me alejaba intentando fingir indiferencia. Algo un tanto difícil después de haber quedado tan tocada. Primera impresión: funesta.
Vir me esperaba en el Starbucks, dando golpecitos nerviosos con la uña del dedo índice en la mesa. Como siempre, yo volvía a llegar tarde. Vir es mi mejor amiga desde que teníamos 3 años. Nos conocimos cuando las dos intentamos tirarnos a la vez por el tobogán del parque. Ninguna quería dejarle a la otra tirarse antes, y conociendo ya nuestro tormentoso carácter no era de extrañar que acabásemos las dos en el suelo tirándonos de los pelos. Al final tuvieron que separarnos y obligarnos a hacer las paces. Al acabar el día estábamos juntas jugando en el arenero y no queríamos separarnos de la otra. Nuestros padres alucinaban: o nos matábamos a bofetadas o a abrazos. Desde entonces somos inseparables.
A pesar de estar de acuerdo en todo y tener el mismo genio, en la parte del físico somos todo lo contrario: Vir tiene la cara cuadrada, enmarcada por un voluminoso cabello negro liso que la llega hasta los hombros. Tiene los ojos redondeados y muy grandes de color marrón, aunque con la luz se vuelven del color de la miel. Es bajita, me llega por los hombros y me hace sentir muchas veces como un bigardo. Por suerte, adora los tacones y es casi incapaz de salir de su casa sin unos, incluso para tirar la basura.
Por otro lado, yo soy más bien alta, como ya he dicho. Tengo el pelo rubio ceniza totalmente liso e incapaz de ondular, a la altura de la cintura y mis ojos tienen el color de la plata. Mi rostro es ovalado y mis ojos de un tamaño normal, ni achinados ni como los de Vir.
-Espero que tengas una muy buena excusa para haberme tenido esperándote más de un cuarto de hora-dijo en tono agudo. Y supe que estaba próxima al cabreo.
-La tengo- contesté con un halo de misterio. Luego la miré a los ojos antes de soltar la noticia:-Tengo un vecino nuevo.
Ella alzó una ceja con escepticismo.
-¿Y por eso he estado esperándote tanto tiempo? ¿Por un vecino cotilla?
Se me olvidaba. Mi barrio está lleno de viejas chismosas que organizan reuniones de café para poner a caldo a los vecinos y cotillear sobre unos y otros. Están siempre con el oido pegado a la puerta y se cuelan en tu casa con la menor excusa. Son como bívoras, lo juro.
-Este es una excepción, en serio. Es guapísimo. ¡Tiene unos ojos azules impresionantes!
-¿Has hablado con él?- preguntó ya sin rastro de enfado en la voz.
-Algo parecido... Me lo he encontrado y me he quedado mirándole con la boca abierta y la baba cayendo...- Vuelvo a sentir vergüenza al recordarlo.
-Oh Dios mio... Dime que estás bromeando-me pide con una mezcla de compasión y vergüenza ajena en la cara.
-Ojalá.
La tarde pasó rápido en el café y volví a mi casa a las diez. Mientras sacaba las llaves del bolso recé por encontrarme con el vecino y poder enmendar nuestro primer encuentro. No creía que nada sucediese, por eso me quedé petrificada cuando la luz de su porche se encendió y salió un hombre con un maletín negro. Era de noche y no podía distinguir su cara, pero a juzgar por la encorvadura de su espalda y sus lustrosos zapatos italianos rojos (horteras, debo añadir), no era mi vecino nuevo.
Entré en casa con la curiosidad en los ojos. ¿De dónde había salido ese hombre? ¿Sería su padre? Y lo peor de todo: ¿De dónde habían salido esos zapatos?

Starbucks.