martes, 6 de septiembre de 2011

Capítulo 33. El secreto de la Luna.

Aparco el coche en el descampado. Son las 11 de la noche y ya hace dos días de mi conversación con Alex. Miro a mi espalda y lamento no haberles pedido a María y Vir que me enseñasen como volver a sacarlas.
Últimamente todo ha sido de locos. Le dije a mi madre que ya sabía lo de la perla y me dijo que estaban muy orgullosos de mí. No he vuelto a ver a Alex ni Astaroth (Dios, que raro se me hace llamarle así. Y, sin embargo, no me imagino otro nombre para él). Pero su gato sigue en la ventana, lo que me proporciona cierto consuelo.
Las estrellas están en el cielo brillando con intensa frialdad. La luna las acompaña como un blanco disco colgado de un techo gigante.
-Cada estrella es el monumento al nacimiento de un ángel-oigo una voz detrás de mí. Me giro y me encuentro a Alex apoyado en mi coche con un cigarro entre los labios, con actitud relajada. Lleva una camiseta blanca con cuello en pico y encima una cazadora negra de motorista. Tiene las alas desplegadas con total libertad.
Adiós a mi propósito de alejarme de él.
-¿Qué me ocultas, Alex? Asderel, digo- rectifico.
-Llámame Alex. Dentro de poco dejaré de ser Asderel. O no.-Se queda pensativo un momento mirando al cielo y luego vuelve la vista hacia mí.- ¿Qué te oculto? Tantas cosas...- compone una media sonrisa acompañada por una mirada misteriosa.-¿A qué te refieres exactamente?
-A lo que hablaste el otro día con Astaroth.
-Ah, eso- dice tan solo.
-¿Y bien?- alzo una ceja.
-Mis alas no son tan oscuras como solían ser. Deberías haberlas visto, eran capaces de eclipsar la luz de una ciudad- mira más allá de mí, a otro tiempo, con una sonrisa orgullosa.- Están perdiendo su poder, se están aclarando. Ahora no soy capaz de oscurecer ni una simple casa. Igual que mis ojos. Se están volviendo del color del cielo en verano. Adiós al azul oscuro de la medianoche que tenían antaño. Y mis acciones... Dios, me estoy volviendo un blandengue. El otro día no fui capaz ni de estrellar un coche. Astaroth tenía razón, me estoy debilitando- mira hacia sus pies.
-Estás enfermando, ¿verdad?- le digo con culpabilidad. Recuerdo las palabras de Astaroth: "¡Esa chica te está matando!" Soy la culpable de la enfermedad de Alex. Soy un peligro.
-Sí- dice.
Entonces empieza el espectáculo, interrumpiendo nuestra conversación. Igual que una noche hace un año, Alex y yo presenciamos como el cielo obra un milagro y comienza a llover luz.
-El vano intento de Dios de manifestarse a los ciegos humanos-susurra Alex.- El secreto de la Luna.
En su mirada vuelvo a ver la nostalgia de la otra vez.
-¿Echas de menos el cielo?
-Sí. Estuve allí mucho antes de la caída, mucho antes de que nos destinasen a la Tierra. Hace tantísimo tiempo que no lo veo. Recuerdo que era lo más hermoso que había visto nunca- mira hacia las estrellas pero más allá, a otro tiempo más antiguo que el mismo mundo.
-Pero me habías dicho que tus padres son demonios. Si estuviste en la caída de los ángeles significa que eres de los primeros demonios, ¿no?
-Mis padres son demonios, pero una vez fueron ángeles. Estuvieron conmigo en la caída.
-¿Se permite la relación entre ángeles?- digo un tanto violenta.
Asiente con una sonrisa:
-¿Cómo crees sino que se preserva la raza de los ángeles?
Nos quedamos mirando la luna hasta que acaba el espectáculo.
-No es de extrañar que descubrieses este sitio.
-¿A qué te refieres?
-Tu vida está regida por el destino. Descubriste este sitio para que te sirviese de refugio, para estar más cerca de tu Creador.
-¿Qué más cosas ha regido el destino?
-Algunos de tus gustos. Te gusta la Guerra de las Galaxias y sientes debilidad por Darth Vader. Le podríamos comparar con un ángel caído, estuvo en la fuerza y se pasó al lado oscuro. Los ángeles siempre os sentís atraidos por la mala gente. O tu libro favorito.
-¿Don Juan Tenorio? Entonces también el destino te rige a ti tu gusto, ¿no?
-Claro. ¿Conoces el tópico literario de la "Donna angelicata?
-Una mujer buena que salva a un hombre.- Lo recordaba de las clases de literatura.
-La historia de los ángeles y los demonios. Un ángel, Inés, salva a un demonio de acabar en el Infierno, Don Juan. ¿Sabías que Zorrilla era un ángel que fue un demonio y "Don Juan Tenorio" fue su historia adaptada a humanos?
Sí, me ha sorprendido.
Pero entonces recuerdo su enfermedad. Me fijo en sus alas, que absorben la luz de la luna pero sin dejarnos totalmente a oscuras. Me apoyo en el coche a su lado y le pongo la mano en el hombro. Él se pone tenso y mira al frente. Yo aparto la mano.
-¿Por qué te fuiste?-Ya sé la respuesta. Y llamadme masoquista, pero tenía que volver a escucharla.
-Porque tenía que alejarme de ti.
-¿Por qué?
-Porque empecé a tener sentimientos de ángel.
-¿Qué te hicieron? Volviste más duro, implacable y reservado.
-Estuve un año conviviendo con demonios, haciendo el mal, sembrando la miseria. Para recuperar mi naturaleza de demonio.
-¿Es por mi culpa que estés enfermo?- digo entre lágrimas. Mierda, le estoy jodiendo la vida. Asiente mirando todavía hacia delante.
Me intento ir hacia el coche para alejarme de él. Pero me agarra del brazo y me hace girarme para mirarle.
-Que te quiero, coño- y su maldita media sonrisa.
Me agarra de la cintura y me acerca a él para besarme.
Maldito cabrón, me había asustado.

Capítulo 32. Vir y María.

-Ya lo sabes, ¿no?- me pregunta María.
-¿Vosotras lo sabíais?- pregunto. Asienten. No lo puedo creer. La furia me empieza a invadir por dentro.-Después de un maldito año preguntándome todo lo que sucedió y creyéndome loca, y vosotras sin decir nada.
-¿Qué querías? Era él el que tenía que decírtela- dice María.
-¿Por qué?
-El destino- se encoge de hombros. Vir no dice nada, solo me mira, orgullosa.
-Joder, ahora me entero de que toda mi vida ha sido planeada. Conoceros, su mudanza...- digo sentándome en el sofá, destrozada. 19 años pensando que había tenido una vida normal para descubrir que hasta mi nacimiento había sido algo planeado. Y sesperan hasta hoy para decírmelo todos de golpe.- ¿Podrías decirme cómo quitarme las alas, por favor?
-Concéntrate y piensa en esconderte, en esconder tu verdadero yo, en reprimirte. Ahora imagínate sin alas- me dice Vir. Hago lo que me dice y noto como mis alas desaparecen lentamente, a la inversa de una planta que crece a cámara rápida. Cuando noto que ya no están, me dirijo por fin a ellas para descubrir toda la verdad.
-No estaba planeado- me dice Vir, sentándose a mi lado.- Te conocí por casualidad y nos hicimos muy amigas porque sí. Pero cuando tenía 14 años y descubrí que era un ángel medijeron que tenía que protegerte y ayudarte, que tú también eras un ángel y no lo sabías, y que los demonios querrían hacerte daño.
Bueno, eso me tranquilizaba bastante. No todo había estado planeado.
-¿Y María?- la miro. Ella aparta la mirada de mis ojos. Mierda.
-Lo mío sí fue planeado. Yo era un demonio que me convertí en ángel. Se llama Jeliel. Hará unos cien años nada más, le encontré e intenté matarle, pero luego le miré a los ojos y... bueno, que me enamoré y me convertí en ángel. Me mandaron a cuidarte el año pasado y el resto de la historia ya la conoces.
-¿Sabíais que Alex es en realidad Asderel?- pregunto.
-Sí- dice Vir.
-¿Desde cuándo?
-Cuando nos contaste la historia de que se había colado en tu casa y roto las figuras de los ángeles sospechamos algo. Y luego le vimos en Stop&Coffe y detecté algo especial en él, pero tenía las alas escondidas asíque no podía asegurarlo. María me confirmó que era Asderel, un demonio al que no veía desde hacía tiempo. Sin embargo, actuamos con naturalidad para que no sospechases. Por la noche, cuando dormías, fuimos a hablar con él. Nos dijo que era un demonio, pero que no quería hacerte daño. Supimos al instante que era el que te iba a despertar, así que le dejamos el trabajo a él- se encoge María de hombros.
Yo me quedo en el sofá pensando. Todos lo sabían mucho antes que yo. María ni siquiera había sido casualidad. Sin embargo, supe que era mi amiga y que yo para ella era mucho más que una simple misión.
-Responderemos a cualquier pregunta- dice Vir con suavidad.
Entonces se me ocurre una idea descabellada. Aunque bastante lógica. Los pájaros tienen alas y pueden volar. Si yo tengo alas, ¿puedo volar?
-¿Puedo volar?- pregunto.
-Sí- responde Vir con una sonrisa.-La parte mala es que al volar dejas una pluma como prueba. Una pluma blanca, en nuestro caso.
Vaya, eso explicaba cómo desapareció Alex cuando se coló en mi casa y porqué me encontré una pluma.
-¿Qué más poderes tengo?
-Solo la capacidad de provocar cosas buenas. Como salvar a un hombre de ser atropellado, tan solo haciendo aparecer una moneda en la acera que le haga detenerse a cogerla y así evitar que le arrolle un vehículo. O algo parecido.- Me explica Vir.
-Los demonios tienen el poder de hacer cosas malas-dice María con un suspiro.- No estoy muy orgullosa de lo que hice.
Como cortar la línea de teléfono para impedir que llame a la policía. Maldito hombre de los zapatos rojos. Astaroth, quiero decir.
Miro por la ventana y veo que ya es de noche. ¿Qué hora debe de ser? Vir y María miran también y dicen:
-Creo que deberíamos irnos ya.
Y, asegurándose por última vez de que no me he cogido ningún trauma por exceso de información o algo parecido, salen por la puerta.
Miro otra vez por la ventana y veo una silueta que sale de casa de Alex. Astaroth. Me pregunto cómo le habrá comido esta vez la cabeza.
Pero estoy cansada y necesito dormir para asimilar todo lo que ha pasado hoy. Demasiado.
Y me voy a la cama, quedándome dormida al fin con Chavakiah echo un ovillo a mis pies.

Capítulo 31. Astaroth.

-¿Somos... Inmortales?- le pregunto.
-Solo en el Paraíso o el Infierno.
-Yo pensé que los ángeles vivían en el Cielo y los demonios en el Averno.
-Solo los más poderosos. Porque, ¿cómo vamos a hacer el mal o el bien desde ahí? Vivimos en la Tierra y luego vamos al Infierno o al Paraíso. Aunque es cierto que envejecemos mucho más despacio que los humanos corrientes a partir de la edad adulta. Crecemos igual que ellos hasta que alcanzamos los veinte años. A partir de ahí tiene que pasar un siglo hasta que aparentemos tener 21. Y así sucesivamente.
-¿Has estado alguna vez en el Infierno?
-Por poco tiempo. Mis padres eran demonios. Pero me mandaron a la Tierra, a un orfanato, cuando no había cumplido ni mi primer año de edad.
-¡Qué cruel!- exclamo con horror.
-¿Por qué? Era mi deber.
Se hace un silencio que rompe al fin diciéndome:
-¿Tienes más preguntas?
-Por supuesto. ¿James era un demonio?
-No, solo un gilipollas que no tenía ni idea de donde se estaba metiendo.
-¿El hombre de... Astaroth cortó la línea del teléfono cuando fui a llamar a la policía?
-Sí. Quería quitarte de en medio. Eres, y sigues siendo, una amenaza para el Infierno.
-¿Porque soy un ángel?
Asiente, pero en sus ojos veo que hay algo más que me oculta.
-¿Por qué eras tú el que me tenía que decir la verdad?
-El destino- se encoje de hombros.-Yo fui el que te despertó.
-Muy bonito, sí-dice una voz a mi espalda. Me giro y me encuentro a Astaroth. Él mira mis alas por un momento con desprecio y luego se dirige a Alex o Asderel. Ya no sé ni cómo llamarle.-¿No recuerdas lo que te dije?
-Natalie, déjanos solos, por favor.-Sus hombros se tensan. Como un niño que sabe que ha hecho algo malo y espera el castigo. Pero hay desafío en su mirada.
-Pero, ¿y mis alas?-le pregunto.-Si las ve un humano se extrañará, ¿no?
-Los humanos no pueden verlas- me dice Astaroth, irritado por mi ignorancia. El odio palpita en su mirada.
Salgo por la puerta, echándole una mirada a Alex. Él está concentrado en Astaroth. Pero antes de cerrarla del todo, llego a oir una última cosa.
-Te dije que te alejases de ella. Si hubiese sabido que me ibas a desobedecer tan rápido no te hubiese dejado volver-dice Astaroth, enfadado.-¿Se lo has dicho todo?
-No sabe lo que me está haciendo. Tenía que saber la verdad.
-Un sentimiento muy loable, impropio de un demonio. ¿Necesitas más pruebas? ¡Esa chica te está matando!
Cierro la puerta del todo. ¿Soy un peligro para Alex? Joder, ¡ha dicho que le estoy matando! Debería alejarme de él. A partir de ahora le evitaré.
Corro hacia mi casa. Me cruzo con una vecina cotilla que se para a hablarme, y no me queda otra opción que detenerme.
-Hola, Natalie- me saluda con una mirada calculadora en los ojos. Mierda. Me ha cazado y quiere marujear.
-Hola, señora Corner.
-Hace mucho que no te veo... ¿Estás con ese chico?- No me hace falta girarme para saber que señala la casa de Alex. Vaya, ha ido directa al grano.
-No, señora Corner- digo con una sonrisa cortés.- Y, si me disculpa, tengo prisa.
Sigo andando deprisa hasta mi casa sin esperar su respuesta. Entro por la puerta y la cierro. Apoyo la frente en la puerta, y cierro los ojos, intentando asimilar todo lo que me ha dicho Alex. Cuando exigí la verdad no esperaba esto, desde luego. Pero siempre es mejor saberla a ignorarla, como ya le dije a Alex. Y me da igual que su verdadero nombre sea Asdarel, no me acostumbro.
-¿Natalie?-pregunta Vir con cautela. Están en la entrada del salón, mirandome con preocupación.
-Lo siento, llevo mucho rato fuera. ¿Se ha acabado la peli?- Compongo una sonrisa para que no pregunten. Pero entonces me doy cuenta de que no me están mirando a la cara, sino a las alas. "Los humanos no pueden verlas" había dicho el hombre de los zapatos rojos.


- ¡Esa chica te está matando!

Capítulo 30. Y al fin toda la verdad.

Un demonio. Alex es un demonio.
Sé que debería salir corriendo ya mismo de esa casa, todo el mundo sabe que los demonios no son exactamente buena gente, ¿no? Sin embargo, hay algo que me atrae como un imán en esas alas, así que decido quedarme.
-¿Lucifer?- pregunto a media voz.
Él se ríe antes esa sugerencia.
-No, claro que no- dice. Me quedo un pelín más tranquila. Un pelín.-Mi nombre es Asderel. Soy uno de los ángeles caídos.
-¿Por qué te condenaron?
-Por enseñarle a los humanos el secreto de la Luna.
-¿Yo también soy un demonio?- digo aterrorizada ante esa perspectiva.
Se vuelve a reir.
-Eres un ángel.- Esta vez soy yo la que se echa a reir.
-Imposible-le digo.
-Las alas que tienes en tu espalda son la prueba. Son blancas, lo que te marca como ángel. Y las mías negras, lo que me marca como demonio. Me preguntaste quién te hizo ese tatuaje, ¿no? Naciste con él, todos nacemos con él. Pero necesitaba un... empujón para manifestarse.
-¿Yo también tengo alas?-le pregunto, palpándome la espalda. Él asiente. Se acerca a mí, todavía con las alas desplegadas a su alrededor, y se coloca muy cerca. Pasa un brazo por detrás de mi espalda y me toca el tatuaje, provocando un agradable ardor que empieza en el tatuaje y me recorre todo el cuerpo. Y después del ardor, noto como si mi alma luchase por salir de mi cuerpo. Pero no es para nada desagradable o doloroso. Noto como me empiezan a crecer las alas, partiendo desde los omóplatos y me siento bien, nueva, como si hubiese vuelto a nacer,... Liberada.
Echo una mirada atrás para contemplarlas. Son tan grandes como las de Alex, pero las mías son blancas, como si estuviesen hechas de luz. Como en la eterna lucha de la luz y la oscuridad, nuestras alas compiten. Las de Alex absorben toda la luz y las mías echan luz por cada pluma. Echo la mano atrás y compruebo que son tan suaves como me imaginaba.
-¿Crees en el destino, Natalie?- me pregunta Alex, interrumpiendo mi momento de admiración.
-No.- Me rio.- Eso son cuentos baratos que se inventan para explicar tu suerte. En mi mundo al destino se le llama "casualidad".
-¿Y si te digo que el destino existe... y se llama Dios?
Me quedo callada esperando a que continúe. Su gato suelta un maullido irritado. Me había olvidado de que estaba allí.
-No le gusta el nombre "Dios"- me explica Alex. Se encoje de hombros.-Se crió con un montón de demonios.
-¿Qué tiene que ver el destino en esta historia?- pregunto, ignorando al gato.
-Todo. Empezaré desde el principio.- Suspira.-Ya conoces la historia de los demonios, ¿no? Los ángeles caídos y todas esas cosas- dice. Yo asiento. Un grupo de ángeles se reveló y Dios los expulsó del Paraíso. Fácil.- Dios estaba triste por los ángeles caídos y como es todo misericordioso...- pone los ojos en blanco y yo le doy un puñetazo en el hombro. No parece notarlo.-...concivió una idea genial- pronuncia "genial" con ironía- para salvarlos.
Se queda en silencio y me mira. Yo no puedo dejar de admirar sus alas.
-¿Cuál?- le pregunto.
-El amor- sonríe con su famosa media sonrisa. Yo frunzo el ceño. ¿Amor?.- No hay sentimiento más angelical que el amor. Los demonios somos odio en esencia pura así que ¿qué mejor para contrarrestarlo que el amor en esencia pura?
-Es decir, un ángel.
-Exacto. Los demonios solo tenemos un talón de Aquiles: los ángeles. Luchamos contra nuestra mayor debilidad. Irónico, ¿no? Se ha oido hablar de amores imposibles: Romeo y Julieta, Paris y Helena... Pero ninguno como el de un ángel y un demonio. Parece impensable, pero ocurre. Y últimamente mucho más.
-¿Mis padres también son ángeles?-le pregunto.
-Los ángeles no nacen necesariamente de otros ángeles. Tus padres son humanos, pero saben que eres un ángel porque se les apareció otro ángel antes de tu nacimiento y les dejó un regalito- señala a mi cuello. Mi perla.-Contiene tu esencia de ángel hasta que despiertas. Una vez que se ha manifestado el tatuaje deja de ser necesaria, aunque te protege, como ya pudiste comprobar con James.
Nos quedamos en silencio. Fuera está empezando a oscurecer.
-Tengo más preguntas- le digo. Me hace un gesto para que hable.- El hombre de los zapatos rojos era un demonio, ¿no? Y por eso le llamaste «hermano».
-Era Astaroth. Archiduque del occidente de los infiernos y tesorero infernal, ve el pasado, el presente y el porvenir; detecta los deseos secretos, como ya viste. Me encomendaron a él. Era el encargado de vigilarme para que no me acercase demasiado a ti.
-¿Por qué no te podías acercar a mí?¿Por qué soy un ángel?- Asiente. Entonces, una idea se empieza a formar en mi mente. ¿Y si no le conocí por coincidencia?-¿Que te mudases aquí fue el destino o estaba planeado?
-Estaba planeado-dice muy bajito.
-¿Cuál era el plan?- le pregunto, temerosa de la respuesta. Él baja los ojos para no mirarme a la cara.
-Eres un ángel de los grandes. Un arcángel, de hecho. Mi misión era robarte la perla antes de que despertases. Astaroth había oido algo sobre un arcángel en Seattle que no tenía ni idea sobre nuestro mundo, así que me mandaron a mí para evitar que despertases. La noche que me colé en tu casa era para ir a por la perla, pero me entretuve por el camino cuando vi los angelitos y la cagué. Cuando te despertaste y viniste supe que se había acabado.- Vuelve a alzar la cabeza y me mira directamente a los ojos.- Cometí el error de mirarte a los ojos.

-Eres un ángel.
-Imposible.

Capítulo 29. Alas.

He tenido una semana para meditar en lo que Alex me dijo el día de la cena. "¿Quieres saber por qué me fui? Porque tenía que alejarme de ti". De acuerdo. Consideraría un alivio el que me haya dicho por qué se fue, de no ser porque me implica a mí. Analicé todos y cada uno de los posibles significados de esa frase, pero como ya dije, Alex es imprevisible y es imposible leerle la mente. Por lo tanto, bien podría significar lo contrario de lo que yo pensaba.
Y hoy, aprovechando que mis padres estan en un congreso en Santa Mónica,  he invitado a Vir y María a ver una película en mi casa y luego a dormir.
-He traido "Burlesque"-dijo María. María tiene una voz preciosa y canta de maravilla. Son muy raras las ocasiones en las que canta en público, pero cuando lo hace es imposible apartar la vista de ella o dejar de escucharla. Es hipnótico, lo juro. Y cuando solo la acompaña un piano que toca ella misma, es como si un coro de ángeles hubiese bajado a la tierra.
-¿Un musical?- pregunto con una sonrisa
María se encoge de hombros con sencillez:
-Ya me conoces.- Sonrie y pone cara soñadora.- Algún día haré un dueto con Cher.
Preparo palomitas y empezamos a verla.
Pero yo no presto atención. Hace ya una semana que no veo a Alex. Sé que no se ha ido porque ayer Chavakiah ladró a su gato, que se asomó por la ventana. No abandonaría a su gato, ¿no?
De repente, veo por la ventana como se abre la puerta de su casa. Esta es mi oportunidad.
Alex me ve venir pero no dice nada. Vuelve a meterse dentro de su casa, aunque me deja la puerta abierta. Dudo un momento en el marco de la puerta, preguntándome si debería entrar. No tengo nada que perder, pienso mientras entro.
Él está en el sofá, mirándome con curiosidad. Miro a través de la puerta, hacia mi casa, y me encuentro a Vir y a María mirándome desde la ventana del salón. Cuando ven que las he visto, corren a sentarse al sofá. Cierro la puerta para que no cotilleen.
Algo se enreda entre mis piernas, haciéndome perder casi el equilibrio. Miro hacia mis pies y me encuentro al gato endiablado de Alex. Me mira y maulla, como si se estuviese riendo de mí. Pega un brinco y se sube al sofá, haciéndose un ovillo al lado de Alex, desde donde me vigila.
El único gesto de Alex es meterse la mano en el bolsillo de los vaqueros, sacar algo y lanzármelo. Yo lo atrapo al vuelo (sí, increible, me he sabido coordinar por una vez en mi vida). Es mi perla.
-¿Sigues queriendo saber la verdad?-Habla, al fin, Alex. Yo asiento. Sí, es obvio.
Entonces, se pone de pie y se acerca. Hubiese esperado cualquier cosa menos lo que ocurrió a continuación.
De su espalda empiezan a brotar dos enormes alas negras, como si fuese el crecimiento de una planta puesta a cámara rápida. Están erguidas a ambos lados de la espalda de Alex, como un aura oscura que se dibuja a su alrededor, absorbiendo la luz que se filtra por las ventanas y haciéndolo todo más oscuro. Parecen suaves, como alas, y tengo la tentación de alargar un dedo y acariciarlas. Pero no lo hago. Y sé que deberían asustarme, resultarme terroríficas y darme ganas de salir corriendo de esa casa. A lo mejor a otra persona le hubiese resultado totalmente irreal y no se lo hubiese creido, pero yo sé que esas alas son tan ciertas como que estoy aquí.
Espero una mueca de dolor en el rostro de Alex, quiero decir, que debe resultar doloroso que te salgan unas alas de la espalda, ¿no? Sin embargo, solo dibuja una sonrisa de medio lado. Una sonrisa de... liberación.
-Tienes alas- le digo.
-Muy perspicaz-contesta él con ironía. Vale, es posible que no haya sido mi comentario más lúcido, pero ¿qué quieres? Después de todo lo que ha pasado es demasiado pedir que mi mente siga funcionando igual que antes, ¿no?
-¿Qué eres?- Casi tengo miedo de la respuesta. Pero soy yo la que he pedido explicaciones y no me puedo quedar ahora a la mitad. Así que me preparo para cualquier respuesta. Menos esa.
-Un demonio.

-Tienes alas.
-Muy perspicaz.

Capítulo 28. Razones.

No le volví a ver hasta una semana después, cuando volvieron mis padres del congreso de Chicago con un collar para Chavakiah de regalo. Se dieron cuenta de que había regresado y le invitaron a cenar, a pesar de mis protestas.
Y hoy es el día de la cena.
Me preparo para una cena fría y silenciosa, que es lo único que puedo esperar después de nuestra última conversación, cuando le mandé al infierno. No sé que le han hecho en este último año, pero ha vuelto mucho más frio, duro y cerrado de lo que había sido. Y con aún más misterio.
Mi madre le abre la puerta a las siete en punto y pasamos directamente al comedor. No puedo evitar pensar en la última vez que vino a comer a mi casa y todo lo que ocurrió.
-¿Cómo es que te fuiste?-le pregunta al final mi padre. Yo presto atención pero mantengo la vista fija en mi plato, fingiendo indiferencia.- Si se puede saber, claro.
-Mi tio estaba muy enfermo- dice mi vecino. Yo le miro y no puedo saber si miente, pero estoy segura de que no fue eso lo que le hizo partir. Llamadme egocéntrica, pero tengo la sensación de que fue algo relacionado conmigo y con mi demanda de explicaciones. Pero, ¿qué puede haber tan importante en la verdad que le haya hecho irse de la ciudad, o incluso del país, durante un año?
Mi madre cambia de tema rápidamente, dándose cuenta de que no van por buen camino.
-¿Sigues estudiando en la Universidad de Seattle?
-No, me he tomado un año sabático y luego decidiré si sigo estudiando aquí.- Me lanza una breve mirada por encima de la mesa, como diciendo "ya he contestado a tu pregunta, ¿no?"
-¿Cuál es tu otra opción de Universidad?- se interesa mi padre.
-La de Nueva York. Siempre he querido estudiar allí.
No puedo evitar pensar en lo lejos que está Nueva York, y que si consigue estudiar allí se mudará y no le volveré a ver. Y más le vale darme explicaciones antes de irse.
La cena transcurrió normal, y al acabar fuimos al salón. No tengo ni idea de cómo y aún hoy me pregunto si no fue él quien lo causó, pero acabamos él y yo solos en el salón.
-¿Tu tio? Esperaba un poco más de imaginación por tu parte- le digo, mordaz.
Me dirije una larga mirada que acaba con una sonrisa de lado.
-¿Quieres saber por qué me fui?-Asiento.- Porque tenía que alejarme de ti.
Y acto seguido, se dirige a la cocina a despedirse de mis padres, mientras yo me quedo inmóvil sin poder decir nada.
-Muchas gracias por todo. Me voy, mañana me tengo que levantar temprano.- Le oigo decir a Alex. Y aunque está en la habitación de al lado lo oigo como si estuviese en otro mundo, a kilómetros de mí.
-Te veremos pronto, ¿no?-Oigo la voz de mi padre.
-Sí, pienso quedarme indefinidamente.
Se dirige a la puerta y le corto el paso.
-¿Qué has querido decir con eso?- le pregunto, tapándole la puerta.
-Buenas noches, Natalie.- Me aparta de la puerta con suavidad y sale, cerrándola tras de sí. Y dejándome a mí, al otro lado, preguntándome qué he hecho para alejarle de mí. ¿Tanto insistí como para que tomase la decisión de irse? Bueno, tampoco se me puede culpar de querer saber la verdad sobre mi vida, ¿no? Él debería entenderlo. De estar en mi lugar estoy segura de que querría saber todo lo que ocurrió. Pero no, para él es mucho más fácil huir, pienso con sarcasmo. ¿Esa es tu salida fácil?, pienso como si estuviese hablando con un Alex imaginario.
Pero no se va a librar tan fácilmente. Una vez me dijo que era muy testaruda, y ahora va a comprobar lo testaruda que puedo llegar a ser. Y esta vez no le voy a dejar irse hasta no tener las respuestas que quiero.
Mierda. Y yo sigo sin mi collar.



-¿Quieres saber por qué me fui? Porque tenía que alejarme de ti.

Capítulo 27. "No le gustan los angelitos".

Suelto una carcajada burlona, pero no me hace tanta gracia cuando Alex se me queda mirando fijamente con curiosidad.
-¿Sigues teniendo el tatuaje?- me pregunta y, sin darme tiempo a contestar, me hace pasar dentro de su casa, cierra la puerta, me da la vuelta y me levanta la camiseta para ver el tatuaje.
-¿Quién me hizo ese tatuaje?- le pregunto, mientras observo las alas por encima de mi hombro. La verdad es que es muy bonito.
Alex se limita a pasar un dedo con suavidad por encima. Al contacto, me arde la piel en el tatuaje y él aparta la mano corriendo. Sin embargo, no ha sido desagradable. Chavakiah está también mirando el tatuaje con curiosidad, parece que se ha olvidado del gato. Pero su calma se interrumpe al aparecer éste en el salón.
-¡Chavakiah!- le digo con severidad. Él comprende el mensaje y se queda sentado en el suelo, mirando fijamente al gato.
Alex me suelta y se sienta en el sofá al lado del gato, al que acaricia despistado.
-¿Cómo se llama?- señalo al gato.
-No le he puesto nombre.
-¿Y cómo le llamas?
-No le llamo. Él va por su cuenta y yo por la mía.
Sigue acariciando al gato, que me mira fijamente con sus ojos amarillos.
-Me da mal rollo- le digo frunciendo el ceño.
-¿El qué?
-Tu gato.
-No le gustan los angelitos- se burla. Ahora me doy cuenta de que debería haber prestado más atención.
-¿Dónde has estado?-le pregunto.
-Aquí y allí, ya sabes- contesta con vagueza.
-Es una respuesta un tanto imprecisa.
-Confórmate.- El muro otra vez.
-Confiaba en ti. Te lo dije. Y tú me abandonaste- le reprocho.
-No siempre se tiene lo que se quiere- me dice. Pero tiene la mirada mucho más lejos. Me mira de verdad y cambia de tema enseguida.-Vas a la Universidad, ¿no es eso?-Asiento con la cabeza.- ¿Qué estudias?
-Derecho. En la Universidad de Seattle donde, por cierto, no estudias. ¿También tenías que mentir con eso?- El enfado ha vuelto. No puedo más, voy a explotar de un momento a otro.
Él se limita a soltar una risa sarcástica que me da ganas de callarle con un bofetada. Se inclina hacia delante en el sofá sin apartar la vista de mí.
-No tengo porqué darle explicaciones sobre mi vida a una niñita inmadura que no es capaz de controlar ni su propia vida, y mucho menos a su novio psicópata.
Eso ha dolido. Siento como si me hubiese dado una patada en plena tripa. Miro en sus ojos, anonadada, y veo una profundidad que esconde pensamientos mucho más complejos de lo que yo pueda imaginar. Pero no puedo ver nada por el maldito muro que me obstruye la vista. Un muro que se ha hecho aún más fuerte con el año que ha pasado en donde quiera que haya estado.
-Vete al infierno, Alex- le susurro mientras salgo corriendo por la puerta, acompañada de Chavakiah.
-Iría encantado si pudiera- dice alto para que lo oiga. Cierra la puerta de su casa y yo entro en la mia dando un portazo y sin mirar atrás, para que no vea las lágrimas que se agolpan en mis ojos.
¿Para esto viene?, pienso con rabia, ¿Para no darme ninguna explicación y encima burlarse de mí?
Chavakiah viene a mi lado a acariciarme la pierna con el hocico. "Dios de la alegría"... Lo cierto es que di en el clavo.
Pero no es hasta que me he calmado y pienso con claridad, que me doy cuenta de que se ha quedado mi perla.



-Vete al infierno, Alex.
-Iría encantado si pudiera.

Capítulo 26. El regreso.

1 año después...

Tacho en un calendario imaginario el duodécimo mes que no veo a Alex. Después del incidente de James y de la llegada de mis padres no volví a saber nada más de él. No volverá. Y yo, como una tonta, he tardado un año en hacerme a la idea. Un maldito año tirado esperándole.
Primero acude la rabia por no haberme mandado ni una mísera carta, por abandonarme sin explicaciones. Luego acude la tristeza y otra lágrima resbala por mi mejilla. Perdí la cuenta hace tiempo de las lágrimas derramadas en la almohada, de los pensamientos hacia él que me mantenían en vela por la noche, de la espera de explicaciones. Durante un año...
Un año para continuar mi vida. Para ir a la Universidad de Seattle donde, por cierto, tampoco estaba él como había dicho. Al principio no podía creer que eso también fuese una mentira y esperé, pero con el paso del tiempo empecé a estar lista para cualquier cosa.
Un año que he contado a través del crecimiento de Chavakiah, mi fiel cachorrito de labrador que se ha convertido en un enorme perro. El nombre es extraño, lo sé, pero me vino en un momento de inspiración y se lo puse. Es original, por lo menos, aunque nadie consiga pronunciarlo bien.
Y de nuevo el verano. Estoy tirada en mi cama con un libro y con Chavakiah al lado, que no para de babearme la colcha. Se pone a llorar y me empieza a tirar de la camiseta. Genial, quiere ir a dar un paseo.
-No, ahora no- le digo, acariciándole la cabeza. Pero él no se conforma y sigue tirando de mi camiseta. Al final soy yo la que se da por vencida y acabo bajando las escaleras para sacarle un rato. Mis padres se han ido a otro maldito congreso de arqueólogos y no volverán en una semana, así que tengo tiempo para relajarme. Quien iba a pensar que acertarían con algún regalo, pienso mirando a mi perro.
Fue cuando estaba saliendo por la verja. Chavakiah se pone a ladrar a la casa del vecino como un loco. Yo, bajando la cabeza para no mirar a la cara a los recuerdos que me inspira esa casa, le insto a dejarlo y seguir andando, pero Chavakiah se niega a moverse y sigue ladrando.
Al final aparece la razón de sus ladridos. Un gato negro se asoma por la ventana superior de la casa, que está abierta, y pega un maullido escalofriante. Es la primera vez en un año que la casa da una señal de vida. Y la segunda señal no tarda en manifestarse.
Dos segundos después aparece un chico joven y aún más guapo de lo que recordaba, con el pelo negro despeinado y los ojos azules muy oscuros.
Alex.
La boca se me abre en un gesto de profunda sorpresa. Pero no tarda en cerrarse y convertirse en una mueca de ira.
-¡Tú!¡Cabrón gilipollas!- le chillo mientras voy hacia él con un dedo señalándole. Una sonrisa burlona se le forma en la boca.
-Nat...-pronuncia mi nombre como tantas veces atrás lo había hecho: con tono burlón y suavidad. Y aunque ahora me cabrea, lo cierto es que lo había añorado.Y vuelve a reirse de mí como siempre.-¿Me has echado de menos?
-Claro que no- contesto. Quiero herirle como él me ha herido a mí.
-¿Tengo que recordarte lo mal que se te da mentir?- Maldito cabrón.
-¿Cómo pudiste irte sin decir nada?- le reprocho.
-Vaya, ¿querías una postal?- dice con sarcasmo. Su voz no ha cambiado en absoluto. Suave, grave y siempre con una nota de sarcasmo. Y otra nota que indica que el muro está más fuerte que nunca.
Chavakiah aprovecha mi despiste para meterse dentro de la casa corriendo, seguramente buscando al gato.
-¡Chavakiah, no!- le agarro del collar con brusquedad y le saco fuera de la casa, reteniéndolo a mi lado.
-¿Chavakiah?- repite Alex, alzando una ceja.- ¿"Dios que da alegría"?¿En serio?
-¿Qué?- Y yo pensaba que estaba loca...
-Es lo que significa su nombre. Aunque apuesto a que no tenías ni idea.
-No, no la tenía.- Aunque en cierto modo era acertado, porque alegría era lo que me había hecho falta durante este año y él me la había dado. Le acaricio la cabeza con cariño.
Me mira otra vez como si intentase averiguar algo.
-¿Tengo que recordarte que me debes algo?- le digo al final, ya que veo que no tiene intención de empezar él a explicar.
-¿Yo?- vuelve a estar divertido.- Creo que eras tú la que me debía algo a mí. Después de todo, te ayude con el allanamiento de morada, el robo y la escapada en coche.
-No te pienso dar nada- le digo entrecerrando los ojos.
-Claro que lo vas a hacer- sonrie.- Quiero tu collar.
-No.- Lo agarro, tapándolo de su vista. Pero él es más rápido, y con un ágil gesto por detrás de mi cuello que casi ni veo, me lo quita. Sonríe otra vez de medio lado, satisfecho, pero cuando toca la perla, retira la mano rápidamente con un gesto de dolor en la cara.
-Me he quemado- dice.

-¿Chavakiah? ¿"Dios que da alegría"?¿En serio?