viernes, 22 de abril de 2011

Capítulo 25. La hoguera de los recuerdos.

-Te lo juro. No sé cómo, pero te prometo que esta perla dejó ciego a James-les digo a Vir y a María, agarrándome la perla del cuello.
-¿Por qué volvió?- me pregunta Vir.
-Es posible que yo un día me colase en su casa y le robase este cuaderno.- Saco el cuaderno marrón del bolso con cara culpable. Vale, a lo mejor no fue exactamente correcto, pero estaba asustada, ¿vale?
Estamos en una hoguera en la playa, un poco apartadas de la gente para poder hablar a solas y que yo las ponga al día.
- ¿Creeis que estoy loca?- pregunto al acabar de contarlas la historia.
-No, solo un poco confundida- me dice Vir con suavidad.
-¿Alex no te dio ninguna explicación?- me dice María, intercambiando una mirada cautelosa con Vir.
-No le he vuelto a ver desde entonces y ya ha pasado una semana. Creo que se ha ido. Las luces de su casa no se han vuelto a encender y su coche ya no está. No hay que ser muy lista para saber que se ha marchado.
Me entran ganas de echarme a llorar al pensar que mi única fuente de información ha huido. ¿Ahora qué voy a hacer?
Hace unos días le pregunté a mi madre donde había comprado la perla y su única respuesta fue "Tiffany and Co." y miradas evasivas. Oculta algo y no me lo va a decir.
Tampoco he vuelto a ver al hombre de los zapatos rojos, pero eso realmente no me entristece. Estoy incluso aliviada.
-¿Has leído el cuaderno?- me pregunta Vir. Lo sujeto en una mano con cierto respeto y asco al pertenecer al tío que casi acaba con mi vida. Me pregunto si esa era su venganza, la de venir como un energúmeno con un bate de baseball o era algo más frío y calculado. De todos modos, ya no va a poder cumplirla desde un centro de menores.
-Solo la primera página. James iba a vengarse de mí, me responsabilizaba de lo ocurrido. La policía me llamó hace un par de días para avisarme que está en Kansas, en un centro para menores y que le atiende un psiquiatra. Me han dicho que no debo preocuparme así que... no me preocupo.- Compongo una sonrisa demasiado falsa y ellas lo notan. Pero no es James quien me preocupa, sino Alex. Y eso me asusta de verdad. Le dije que confiaba en él, joder, ¿por qué se ha ido?
-¿Estás bien?- me pregunta Vir con suavidad, pasándome una mano por el hombro. María es más impulsiva y me da un largo abrazo.
-Vamos a resolver esto, Nat- me dice.
-Quiero saber dónde coño se ha metido y darle una buena bofetada por todo lo que ha pasado. Es culpa suya, todo empezó cuando se mudó a la casa de enfrente, estoy segura.- Todo el enfado que he estado conteniendo explota dentro de mi pecho. Y, sin embargo, siento que no puedo culparle.- Pero, ¿y si todo esto comenzó mucho antes de su llegada?¿Y si he vivido toda mi vida engañada? ¡Dios!- grito, asustándolas un poco.- Es tan frustrante no saber nada... Estoy segura de que mi madre también me oculta cosas, pero el hombre de los zapatos rojos me dijo que solo Alex podía darme las respuestas que buscaba.
-Sé paciente- me dice Vir. ¿Esque ella no se preocupa nunca por nada? No, Vir sabe esperar. Esa ha sido una de las pocas cosas que nos han diferenciado siempre. Esa, y que ella nunca discute por nada. Lo cierto es que, a pesar de todo lo que ha pasado, me reconforta seguir teniéndolas a mi lado y saber que algunas cosas siguen como siempre.
Miro a la hoguera en la playa. A lo mejor me vendría bien desconectar un poco y divertirme, pero no puedo. Lo único que quiero es ver aparecer a Alex en cualquier momento con sus ojos azules y su muro indestructible, y que me explique de una vez por todas qué ha pasado.
O despertarme y darme cuenta de que esta historia no ha sido más que un maldito sueño y que mi vida sigue estando en orden, con James en un centro para menores, un collar que no deja ciego a nadie, un vecino que no se cuela en mi casa, un hombre de zapatos rojos inexistente y con la piel sin rastros de tatuaje.
Ya me he acostumbrado a verlo todos los días en mi espalda y ya lo noto como parte de mí, pero cuando se lo enseñé a mis padres me dijeron que no tenía nada, que lo había soñado o que era solo una mancha; lo que me resulta doblemente extraño. Pero me tengo que aguantar, porque mi vecino idiota ha decidido huir llevándose la verdad.
Me quedo mirando la enorme hoguera, que, con sus lenguas de fuego, intenta alcanzar el cielo, como un ángel caido que suplica a Dios por volver al Paraiso. Ojalá pudiese quemar todas mis preocupaciones, mis miedos, mis recuerdos, mis pensamientos, mi pasado... Me levanto con el cuaderno de James en la mano y una idea en mi cabeza. Vir y María me siguen extrañadas pero sin decir palabra, y son testigos de como tiro el cuaderno de James a la hoguera, lanzándolo como si fuese un freesbie. Y lanzando con él una parte de mi pasado, mis miedos, mis preocupaciones y mis remordimientos. Me despido finalmente de James, cerrando un capítulo en mi historia.



Me quedo mirando la enorme hoguera, que, con sus lenguas de fuego, intenta alcanzar el cielo, como un ángel caido que suplica a Dios por volver al Paraiso.

Capítulo 24. Confianza.

-¿Despertar de qué?- Joder. Ya empezamos con las adivinanzas otra vez. Me estoy cansando, en serio.
El señor de los zapatos rojos me mira con una sonrisa y se gira para mirar a Alex, mientras me dice:
-No me corresponde a mí decírtelo.- Y, acto seguido, se sube a un Lamborghini negro que hay aparcado frente a la casa de Alex, y se va. Así, sin más.
Alex clava su mirada en mí, tenso. Mi única reacción es quedarme mirándolo con los ojos y la boca abiertos y sin pronunciar palabra. Una reacción no muy lúcida, lo sé.
Él tiene una mucho mejor: agarra la puerta y se mete dentro de casa sin mirar atrás. Y esa era la señal que me hacía falta para reaccionar.
-¡Maldito cabrón!- chillo mientras corro hacia su puerta y la aporreo. Un par de vecinas me miran asustadas desde las ventanas de sus casas. Qué bonita historia van a escuchar mañana mis padres cuando lleguen... Sin embargo, yo sigo a lo mio.- ¡No puedes irte así, sin más! ¡Me merezco una explicación!
Abre la puerta con cara irritada.
-¿Una explicación?- dice suavemente.- No necesitas una explicación. Necesitas una vida normal.
-¿Qué le pasa a mi collar? ¿Qué le habéis hecho? ¿Quién era ese hombre? ¿De qué he despertado?- le acribillo a preguntas, haciendo caso omiso de sus palabras.
Se queda callado, mirándome fijamente y con los brazos cruzados. Yo le miro a los ojos sin achantarme, dándole a entender que me va a acabar dando las respuestas que quiero.
-Mira, Natalie- comienza, pasándose una mano por el cabello,- no quiero que sufras. Y si evitándote la verdad voy a evitarte también el dolor, creo que es mejor así.
¿Natalie? ¿Y el "Nat" burlón?
Se da la vuelta y va a cerrar la puerta de su casa, cuando meto yo un pie entre la puerta y el marco, evitando que me dé esquinazo de nuevo.
-¿Y si quiero sufrir?-le susurré. Nos miramos, hasta que suelta un suspiro cansado.
-Hoy no.
-Entonces, ¿cuándo? ¿Cuánto tiempo vas a estar dándome esquinazo, evitando mis preguntas?
-No eres la única que tiene que hacerse a la idea de lo que está pasando.
-Tú al menos sabes lo que está pasando.
Suelta una carcajada amarga antes de decir:
-¿Y crees que eso es mejor? Si pudiese elegir elegiría tu situación.
-¿Y por qué no elegiste?
-No se me dió opción. Y a ti tampoco se te dará una vez que lo sepas.
-¿Saber qué?- mi pregunta suena desesperada, suplicante.- No tengo nada a lo que atenerme, ninguna explicación de lo que está pasando.
-¿Por qué no confías en mí?- En su mirada veo como una lucha interior, un debate a punto de estallar.
¿Confiar en él? Estamos hablando de mi vecino que se coló en mi casa no una, sino dos veces, que me llamó loca y me «sugirió» ir a un psiquiatra. Sin contar con que rompió dos figuras de angelitos, me besó y me mintió. Creo que son razones bastante buenas para no confiar en él.
-Confio en ti- digo, sin embargo en alto. Porque, a pesar de todo eso, cuando se coló en mi casa tuvo el bonito gesto de llevarme a la cama, porque fue amable con mis padres, me defendió ante James, escuchó la peor historia de mi vida, porque me salvó la vida cuando me caí de la tubería y me ayudó a recuperar mi colgante. Porque me llevó en coche, por la noche en el descampado viendo la ciudad... Pero, sobretodo, porque el beso me gustó.
Me mira un largo rato, hasta que se forma una media sonrisa en su cara, mientras mira hacia abajo. Yo retiro el pie de la puerta y él la cierra.
En ese momento, cuando me doy la vuelta para ir a casa, me encuentro con el coche aparcado de mis padres, que miran la valla estupefactos.
-Natalie- llama mi madre,- ¿qué ha pasado?
Yo me dirijo corriendo a ellos y les abrazo. Después de todo lo que ha pasado no soportaba la idea de dormir sola en casa. Les suelto y me echo a llorar mientras les doy explicaciones entrecortadas. Las emociones del día han podido al final conmigo.
-James se ha vuelto loco y ha venido con un bate de baseball. Yo le he rociado con un spray de pimienta y luego ha llegado la policía y se lo ha llevado.
-Cariño...- me vuelven a abrazar. Y, por encima de su hombro, veo un pequeño animal en el coche.
-¿Qué es eso?- le pregunto a mis padres, señalando al animalito.
-Un regalito que te hemos traido- dice mi madre. Abre la puerta y coge en brazos a un precioso y diminuto labrador blanco, que mueve la colita de un lado a otro, contento.
Dirigí una mirada a la casa de Alex, en lo que sería la primera mirada de muchas otras esperando verle salir por la puerta. Pero nunca salió.



-¿Por qué no confías en mí?
-Confio en ti.                     

miércoles, 20 de abril de 2011

Capítulo 23. El despertar.

¿Sabes cuando estás con los ojos cerrados en la oscuridad y encienden la luz y puedes verla a través de los párpados? Pues fue un poco como eso lo que ocurrió. Supongo que fue como mi despertar. Una especie de metáfora, como si yo hubiese estado en la oscuridad y en ese momento encendiesen la luz del resto de mi vida. Pero volvamos al momento. Mi corazón late a mil por hora y siento que ha llegado mi momento, que ya nada me va a sacar de esta situación. Un sudor frío se empieza a extender por mi frente. Tengo los ojos cerrados con fuerza con la esperanza de que así no sienta el golpe o el dolor. Debo admitirlo, mi umbral del dolor es muy, muy bajo. No aguanto ni un pequeño golpe.
Entonces, cuando ya lo daba todo por perdido, una luz muy intensa se enciende, haciéndome guiñar aún más mis ojos ya cerrados y llevarme una mano a ellos. Como si el mundo hubiese estado a oscuras todo este tiempo y alguien hubiese encendido el sol en la Tierra más cerca de lo normal.
Espero dos segundos más pero el golpe nunca llega. Abro un ojo, preguntándome de donde viene el torrente de luz, y me encuentro con que viene de mi propio cuello. De la perla que me regaló mi madre, para ser más exactos. Y ahora se ha encendido como una potente bombilla más fuerte que el sol, y transmite una luz blanca.
Pero mi sorpresa no es nada comparada con la de James, que no ha aguantado la luz y se ha llevado las manos a los ojos y ahora está encogido chillando de dolor. Aprovecho para quitarle el bate y alzarlo en el aire, amenazante. Espero que no se le ocurra moverse porque me da miedo utilizar el bate.
Mi collar para de brillar y decido ocuparme de eso más tarde. James se levanta con un gemido de dolor y se destapa los ojos. Los tiene rojos y con las pupilas muy dilatadas.
-¿Qué me has hecho?- me acusa, y acto seguido grita horrorizado- ¡No puedo ver!
-Lo que te mereces, capullo.- digo con frialdad. Sin embargo, tengo la corazonada de que se curará en un par de días sin dejar rastro. Pero prefiero que se acojone. Se lo tiene bien merecido después de todo.
Se tumba en el suelo y se pone a llorar, desconsoladamente. A lo lejos, el sonido de sirenas y el baile de luces rojas y azules me avisa de que viene la policía. Un vecino debe de haberla llamado.
Suelto un suspiro de alivio, más tranquila, y dejo el bate en el suelo. Entonces, me permito temblar y desesperarme. Esta historia ha llegado demasiado lejos.
Me pregunto cómo explicaré que fue mi collar el que dejó ciego a James. Me van a tomar por loca. Aunque, después de todo lo que ha pasado, todavía me pregunto si Alex tuvo razón y es que estoy loca de verdad.
Pero, antes de que me dé tiempo a inventar algo, la policía llega a mi lado.
Dos hombres altos y fuertes, uno rubio y otro castaño, se bajan del coche y me enseñan la placa.
-Policía de Seattle- dice el rubio.- ¿Qué ha pasado?
-Es James Court- digo señalando a James, que sigue tirado en el suelo llorando.- Ha intentado atacarme con este bate y le he rociado con spray de pimienta.
No sé como se me ha ocurrido esa excusa pero parecen creérsela. Les tiendo el bate esperando que me pregunten donde tengo el spray, pero parece que se les ha olvidado. Mi voz suena bastante calmada aunque todavía tiembla un poco.
Los policías me interrogan durante un par de horas y luego también les hacen preguntas a los vecinos, que corroboran lo del spray de pimienta. ¿Habrán visto la luz de mi collar? Creo que me he vuelto loca del todo. Definitivamente.
Finalmente se llevan a James, con la garantía de que no le volveré a ver, ya que pasará unos bonitos años en un centro psiquiátrico en otra ciudad.
Y aquí estoy, dos horas después de la llegada de la policía, admirando mi vaya rota y lamentándome. Joder. De repente, un lento aplauso interrumpe mi momento de autocompasión. Me giro y me encuentro al hombre de los zapatos rojos mirandome con una sonrisa y dando lentas palmadas.
-Bravo. Al fin has despertado.


 -Bravo. Al fin has despertado.

miércoles, 13 de abril de 2011

Capítulo 22. La venganza de James.

-Déjame llamar a la policía- le digo a Alex dirigiéndome al teléfono. Me pongo el auricular en la oreja y marco el número. Un agudo pitido uniforme no deja de sonar en ningún momento. Mierda, no hay línea. Me giro y me encuentro al hombre de los zapatos rojos mirándome con una sonrisa calculadora.
-Déjala, solo es una niña- le dice Alex.
-Todos los niños tienen que crecer- le contesta.
-No en este momento. No es peligrosa.
-Precisamente es tu mayor peligro. Deberías estar agradeciéndomelo- le reprocha.
-No corro ningún riesgo. No merece la pena.
-Eso lo decidiré yo.- Su tono es sosegado, pero transmite un mensaje que le amenaza si duda de su juicio.
Otro golpe me obliga a darme la vuelta y dejar de prestar atención a la discusión. James ha destrozado la valla al completo y está golpeando la puerta de la entrada con el bate. Al tercer golpe siento que no puedo aguantar más ahí dentro sin hacer nada por evitar que destruya mi hogar. En un impulso de momentánea valentía, abro la puerta y me lanzo a la calle.
-¡James!- grito con furia. Él se da la vuelta con una sonrisa de pirado pintada en la cara.
-Natty...pensaba que no ibas a aparecer nunca.
-¿Qué es lo que quieres?- le pregunto. Espero que no pueda oir el miedo que transmite mi voz.
-Algo que me robaste.
-No te robé nada- miento.
-Mientes. Te descubrí al echar también en falta la figurita de Darth Vader.- Mierda. No debí haberla cogido. ¡Qué narices... Era mía!
-Vete a tu casa, James- intento hablarle civilizadamente. A lo mejor consigo convencerle y todo.
-Ni de coña.- No, no le debo de haber convencido. Mira alrededor y su sonrisa se hace más grande.- Hoy no está tu novio para defenderte.
La simple mención de Alex hace que me envare. Está dentro de la casa con el hombre de los zapatos rojos, que actúa como si fuese su jefe. ¿Saldrá a defenderme? Lo dudo. Hoy no, al menos. Aunque, ¿quién sabe? Ya dije que es totalmente imprevisible.
-La policía está de camino- me paso a los faroles.
-No la tengo miedo.- Sin embargo, oigo una nota de breve duda en su voz. Un punto débil que voy a aprovechar al máximo.
-¿Quieres acabar en otro centro de menores?
-Todo fue por tu culpa...- su cara se vuelve a convertir en una mueca furiosa e irreconocible y su voz en un gruñido animal. No, creo que no estoy llendo por el buen camino.
-¿Por mi culpa? Fuiste tú el que no consiguió la nota deseable en Economía, el que defraudó a su padre.
-¡Mi padre está muy orgulloso de mí!- me chilla.
-¿Orgulloso? ¿De un inútil incapaz de aprobar Economía?- replico con sarcasmo.
-¡No soy un inútil!- me chilla y estampa el bate contra la valla. Una lágrima furiosa recorre su mejilla y sé que he encontrado su talón de Aquiles, pero seré yo la que muera.
Empieza a andar hacia mí con una mueca de rabia y otra lágrima en su mejilla. A cada paso, va levantando el bate, dispuesto a descargarlo contra mí.
Intento correr pero las piernas no me responden. ¿Qué pasa? Estoy paralizada. James se acerca con una lentitud escalofriante que resulta más temerosa aún. Deseo que acabe ya y me mate, esta angustia me está destrozando. Mi cerebro envía órdenes a mis piernas que se niegan a moverse. Joder. Joder. Joder.
Le tengo encima. Siento el aire que mueve al reirse con amarga felicidad y cierro los ojos, esperando el golpe de gracia.



Una lágrima furiosa recorre su mejilla y sé que he encontrado su talón de Aquiles, pero seré yo la que muera.

Capítulo 21. Al borde de la verdad.

-Creo que dejé bastante claro que no quería a la chica por aquí cerca- le dice a Alex. Me sigue mirando muy fijamente y me da mal rollo. Los ojos negros le brillan con un matiz metálico, como Onix, enmarcados en una pálida tez.
Tengo la sensación de que si miro demasiado tiempo a esos oscuros pozos caeré en un agujero sin fondo y no podré salir ya más. No aguanto y desvío la mirada después de un rato, provocándole una sonrisa bastante siniestra.
-¿Qué quiere?- le digo, después de reunir el valor suficiente. Se le debe de haber olvidado algo o no habría vuelto, ¿no?
-¿Qué quiero? Que dejéis de meter las narices en nuestros asuntos.- Estoy muy sorprendida, lo admito. Yo solo quería saber qué se le había olvidado. Alex sigue mirándole sin decir palabra.
Suelto una carcajada al comprenderlo: se han equivocado, yo no he metido las narices en ningún sitio. O al menos en ningún sitio donde no tuviese derecho a hacerlo, dado que lo del tatuaje me incumbía.
-Esto es una tremenda confusión. Debe haberse confundido de persona.
-¿Ah, sí? ¿Y ese collar?- Me mira el cuello. Yo lo agarro casi inconscientemente, apretándolo en un puño y ocultándolo a su vista. Ese collar es como mi... hogar. Y no pienso dejar que un adivino de pacotilla lo saquee.
-¿Qué pasa con él?- Pregunto a la defensiva.
-¿De dónde lo has sacado?
-Mi madre me lo regaló cuando cumplí los diez años.
-¿Dónde lo compró?
-¿Qué te importa?- ¿Y si me lo quiere robar? Es bastante caro, es oro blanco.
-Contesta- abre por fin Alex la boca. Me mira fijamente. Sus ojos vuelven a ser de un azul muy oscuro y el muro está totalmente repuesto.
-En Tiffany and Co.
El señor de los zapatos suelta una carcajada y se empieza a reir con una risa que me pone los pelos de los brazos de punta.
-¿Qué pasa?-Sigue riéndose y no obtengo respuesta.- ¿Qué pasa?- Alzo la voz. Por fin voy a obtener una explicación. Aunque antes no sabía que incumbiese también al regalo de mi madre.
-¿En serio te crees que algo tan valioso lo van a vender en una estúpida tienda humana?
-Es una perla. Lo venden en muchas tiendas humanas- le replico.
Un momento. ¿«Humana»?
-¿Qué quieres decir con «humana»?- La voz me tiembla ligeramente, pero espero que no se hayan dado cuenta. He reaccionado demasiado lenta.
Cuando abre la boca y está a punto de desvelar mi ansiada verdad, un ruido atronador en la calle nos llama la atención.
Concretamente en mi jardín.
-Natty... Natty...- me llama una desquiciada voz, alargando la "a", mientras le pega patadas con un bate a la verja blanca de mi casa.
James, con el pelo revuelto y los ojos muy abiertos, canturrea mi nombre con irónico cariño. Me recuerda a Robert de Niro en «El cabo del miedo».
Mi mente retrocede al invierno anterior  sin quererlo. Lo único que ha cambiado ha sido el escenario, porque su cara de loco sigue siendo la misma y la rabia de furia no ha variado en absoluto. Sus palabras de aquella noche resuenan en mi mente formándose un eco aplastante y devastador. En un susurro que me congela y me deja paralizada. Siento como si todo esto fuese un déjà vu de una maldita pesadilla que creía ya olvidada.
Me olvido por completo de Alex, del hombre de los zapatos rojos y de la verdad por un minuto, cuando James estampa su bate de nuevo contra otra parte de la verja, convirtiéndola en astillas. Corrompiendo el lugar que creía más seguro del mundo, el único donde me sentía a salvo.
Un par de vecinas cotillas se empiezan a asomar a las ventanas al oir tal estruendo. Estoy segura de que será imposible ocultárselo a mis padres cuando vuelvan incluso aunque repare la verja.
Eso si vivo para contarlo.
Un escalofrio me recorre de pies a cabeza cuando me doy cuenta de que he dejado el cuaderno marrón encima de la cama.


-¿Qué quiere?
-¿Qué quiero? Que dejéis de meter las narices en nuestros asuntos.

Capítulo 20. La serpiente de Adán y Eva.

Después de leer el cuaderno decido ir primero a por Alex antes de centrarme en James.
Me siento sucia así que me meto en la ducha y dejo que el agua relaje mis músculos y me serene, llevándose por el desagüe todas las preocupaciones del día y los miedos. Limpia mis lágrimas y en cierto modo mi mente, aclarándome las ideas.
El agua caliente de la ducha me despeja y me decido a volver. Necesito una explicación.
Así que aquí estoy. Como una idiota, plantada en la puerta de su casa, decidida a quedarme de acampada aquí mismo si se niega a abrirme. Como una fan días antes del concierto.
Finalmente, después de llamar al timbre siete veces con insistencia, consigo que abra la puerta, irritado.
-¿Qué quieres?
-Saber cuando te hiciste ese tatuaje y porqué es tan extrañamente parecido al mio.- Pongo los brazos en jarras, dándole a entender que no me voy a ir de aquí con las manos vacías, y confiando en que se dé cuenta de que solo tiene que contarme la verdad en vez de andarse con tanto misterio. Ya basta de hacerse el interesante, ¿no?
Imprevisiblemente, me agarra del brazo con una sonrisa, y tira de mí para meterme dentro de la casa. Cierra la puerta, y me acerca a él mientras se inclina hacia mí.
Ahora debería decir lo asqueroso que me resultó que me besase y que mi vecino está loco, pero como ya dije, hace tiempo que dejé de mentir. Lo cierto es que el segundo beso fue incluso mejor que el primero. Solo puedo decir que fue increíble.
De todos modos una cosa ha quedado clara: este tio cambia más que el viento. Media hora antes me echa casi a patadas de su casa, poniéndose a la defensiva, y ahora me besa. Genial.
Se separa y me mira a los ojos.
-No soleis ser tan cabezotas.
-¿Quiénes?- ¿«soleis»? Este chico cada día me confunde más, en serio.
-La gente como tú.
-¿A quién clasificarías dentro del término "la gente como tú"?- Ya nos vamos acercando al quid del misterio.
-A los que se parecen a ti.
-Esa es una explicación muy vaga.
-Y con la que te tendrás que conformar.
-Pues no lo voy a hacer. Quiero una explicación.
-¿No intuyes siquiera lo que está pasando?- me mira a los ojos y noto como que me quiere decir algo y no puede, que tengo que verlo yo. Sus ojos están de un azul muy claro y en su voz puedo ver que el muro está viniéndose abajo.
-Lo único que intuyo es que me desperté un día con un tatuaje (cosa que me fastidia sobremanera ya que los odio), y resulta que tú tienes uno igual, y...
-No es igual- me interrumpe.
-Muy parecido- rectifico.- Y no quieres explicarme por qué- acabo.
-No creo que quieras escuchar la verdad.
-Siempre es mejor la verdad.
-En tu caso es mejor vivir en la ignorancia.
-¿Tan malo es?- susurro. ¿Qué puede ser para que no merezca la pena saber la verdad?- Soportaría cualquier cosa. ¿Me emborraché y por eso no lo recuerdo? ¿Voy a morir?
-No.- No parece muy por la labor de darme una explicación. El muro se vuelve a reconstruir poco a poco, y me encuentro a mí misma recorriéndolo, intentando descubrir aunque sea la mínima brecha.
-Dímelo, me estoy ahogando en la duda- le suplico.
Se queda callado y de repente la puerta se abre, dejando pasar al hombre de los zapatos rojos.
Me mira fijamente mientras le dice a Alex:
-No deberías dejar la puerta abierta, podría entrar cualquiera.- Tiene una nota en la manera en que lo dice que no me gusta nada. Como si me estuviese tachando de intrusa. Tiene el pelo gris peinado hacia un lado y más alto de lo que creí. Tiene los ojos negros, con el iris fundiéndose con la pupila. Está encorvado y tiene el traje negro impecable, sin una arruga o una mancha. Siento como si tuviese ante mí a todo el mal del mundo convertido en una sola persona. Las guerras, el hambre, el odio, la rabia... Todo concentrándose en un remolino gris con forma de persona. Como si tuviese ante mí a la mismísima serpiente del paraíso, que viene a echarme de mi mundo. Ahora me maldigo por no haber confiado en mi instinto en ese momento.
Me recuerda a la sonrisa del gato de Alicia en el País de las Maravillas. Nunca me dió buena espina ese gato.
Y cuando me sonríe... Un escalofrio me recorre entera, mientras me invade una sensación de reconocimiento y enemistad. Como si se hubiese despertado algo dentro de mí que debería estar dormido.
Y tengo miedo. Mucho.

-No creo que quieras escuchar la verdad.  
-Siempre es mejor la verdad.                     
-En tu caso es mejor vivir en la ignorancia.

Capítulo 19. La verdad que esconde el cuaderno.

Cierro la puerta de mi habitación, furiosa. Otro día sin obtener ni una maldita explicación. Y aún más misterioso que antes.
Me pongo de pie, de espaldas al espejo de cuerpo entero y me levanto la camiseta. Giro la cabeza todo lo que puedo para ver el tatuaje.
Y ahí está. Dos alas justo en el centro de la espalda. Paso los dedos por encima y todos los interrogantes vuelven.
Me lo vuelvo a tapar con la camiseta y me voy a tirar en la cama, pero por el camino me tropiezo y me doy con los dientes en el suelo. Joder, menudo día llevo. Le doy una patada a la causa de mi caida: los leggins de la noche anterior que dejé tirados al volver. Mi pie choca contra algo duro que me hace retorcerme de dolor. El día no podía ir peor. Me acaricio el dolorido pie mientras alzo los leggins en el aire. Un cuaderno marrón se cae al suelo.
El cuaderno de James.
Me siento en la cama, olvidándome de mi pie, y lo abro por la primera página.
Reconozco la elegante y puntiaguda letra de James cuando escribe:

1er día.
Me han obligado a escribir este diario en clase de lengua. Al parecer tengo que contar mi historia. La profesora dice que mejorará nuestra expresión escrita y podremos desahogarnos. Solo es una idiota que se cree con derecho a decirme lo que debo hacer. Pero si no hago caso estaré más tiempo aquí y no podré ejecutar mi venganza.
Esta cárcel está llena de imbéciles que no valen nada y con los que tendré que convivir durante un año. Y todo por culpa de una zorra que me metió aquí. Pero como dicen, la venganza es un plato que se sirve frio, y yo dentro de poco haré un banquete.
Ya que tengo que contar mi historia contaré cómo llegué aquí.
Hace un mes conocí a una chica. No paraba de babear por mí y la verdad es que me lo pasé muy bien engañándola. La enviaba flores mientras me enrollaba con otra. Ella era tan tonta que me creía enamorado de ella. ¡Menuda imbécil! El caso es que un día vino a mi casa cuando yo estaba bebiendo y se puso a tocarme las pelotas. Yo estaba muy cabreado después de que mi padre me tachase de inútil por suspender Economía. Nunca he obtenido su aprobación. Jamás es suficiente para él.
La pegué una paliza para que cerrase de una puta vez la boca. En serio, se lo merecía.
Pero entonces aparecieron sus amigas y me detuvieron. Llamaron a la policía y me llevaron a juicio, donde me condenaron durante un año a un centro de menores.
El juez era un cabrón al que mis padres no pudieron sobornar y que creía en la ley. Hipócrita...
Cuando salga de aquí pienso ir a por la perra que me encerró y hacérselo pagar.

Las demás páginas solo hablan sobre su vida en el centro y no hacen ninguna alusión a lo que planea.
Cierro el cuaderno, llorando. Sus palabras estaban impregnadas de un odio y un desprecio absolutos.
Tengo miedo de lo que pueda hacer. Está loco. Y un demente como él es capaz de cualquier cosa. Tanto tiempo engañándome pensando que me quería y cuando me di cuenta ya era demasiado tarde y el daño ya estaba hecho.
Me pregunto si el amor te venda los ojos impidiéndote ver la verdad más clara. Y me pregunto si alguna vez llegué siquiera a enamorarme de él.
Debí hacer caso a Vir y a María. Debí confiar en su juicio en vez de tacharlas de mentirosas.
Y ahora me enfrento a dos problemas: el misterio de Alex y la venganza de James.
No sé qué me asusta más.
El caso de James es lo más doloroso y peligroso. ¿Qué planea ahora? ¿Cómo piensa vengarse? Tengo la sensación de que la historia no ha acabado aquí.
Y no, no me equivoqué.

Cuando salga de aquí pienso ir a por la perra que me encerró y hacérselo pagar.

martes, 5 de abril de 2011

Capítulo 18. El adivino.

Me despierto con jaqueca y me dirijo a desayunar, pero en cuanto veo la leche me entran ganas de vomitar y decido salir a la calle a reponerme con el sol.
Salgo por la verja blanca de mi casa, cuando se abre la puerta de mi vecino y sale un hombre encorvado. No hace falta fijarme en sus zapatos para saber de qué color son. Rojos.
Nuestra mirada se cruza desde la otra acera, y en su boca se forma una sonrisa que no me gusta nada. Como si pudiese ver mis peores deseos, y mis oscuros pensamientos con solo un vistazo. Como si me conociese y supiese todo acerca de mi pasado, presente y futuro. Me siento desprotegida y me cubro con los brazos, mientras me saluda con una inclinación de la cabeza y sigue andando.
Ahora sí que se ha activado mi curiosidad. Me dirijo a casa de Alex sin vacilar y llamo a su puerta con energía. Me abre con una manzana reluciente roja en la mano y una camiseta blanca que le hace parecer hasta bueno.
-¿Quién es el hombre que acaba de salir de tu casa?- pregunto sin preámbulos. Él tarda un rato en contestar. Frota la manzana en su camiseta para dejarla aún más brillante. Se nota que está haciendo tiempo para pensarse si contestarme o no. Otra vez ese maldito muro.
-Mi hermano- dice al fin.
-Tu hermano- repito sin creermelo.- ¿Cuántos años tenían tus padres cuando te tuvieron a ti, entonces? ¿80?
No contesta. Yo pongo los ojos en blanco y entro en su casa sin pedir permiso. Por el camino le quito la manzana de la mano. Me siento en el sofá con comodidad y le doy un mordisco a la manzana. Está riquísima.
-¿Qué haces?- Pregunta Alex cerrando la puerta. Parece divertido.
-Esperar respuestas- le contesto con tranquilidad mientras le doy otro mordisco a la manzana.
-¿A qué preguntas?- Me quita la manzana de la mano y la muerde.
-¿Quién era ese hombre?- Recupero la manzana y sigo comiendo.
-¿Por qué quieres saberlo?
Dudo antes de contestar:
-Porque cuando me lo he encontrado he sentido que podía descubrir mis pensamientos- susurro.
-Y seguramente pueda.- Me quita la manzana.
-¿A qué te refieres?
-Digamos que es una especie de... adivino. No de muy buen ver pero bueno, al fin y al cabo.
-¿Frecuentas a los adivinos?- No me parece muy propio de él. Asiente con la cabeza y se acaba la manzana. Se levanta para tirar el hueso a una papelera que hay por allí. Lo cierto es que nunca he creido en los adivinos o la magia. Me parecen chorradas que se inventan para contar a los niños pequeños. Pero Alex me acaba de decir que existen, que yo misma me acabo de cruzar con él. Se me seca la garganta y la voz casi no ne sale.
-¿Me das un vaso de agua, por favor?- le digo. Se dirige a la cocina y me trae un vaso de cristal lleno de agua.
En un momento en el que me lo da y yo lo agarro, me tropiezo sin querer con mi propio pie ( ya avisé de mi torpeza), y le tiro el vaso de agua en su camiseta blanca. Debería sentirme culpable, pero cada vez que recuerdo su torso transparentado por la camiseta blanca solo puedo alegrarme de lo que hice. Sobretodo por lo que vino después.
Se quita la camiseta y se dirige a su habitación a cambiarse mientras yo le repito que lo siento. Entonces me fijo en algo de su espalda en lo que no había remarcado antes. En la nuca, más cerca de la espalda que del nacimiento del cabello, tiene una mancha negra.
Un tatuaje.
Igual que el mío excepto porque sus alas son mucho más negras. Me interrumpo a la mitad de una disculpa y me acerco a él sin apartar la vista del tatuaje.
-¿Cuándo te has hecho ese tatuaje?- le pregunto. Alex se da la vuelta y se tensa.
-Creo que se han acabado las preguntas- dice casi arrastrándome hacia la salida de la casa.
Me cierra la puerta prácticamente en las narices.

-Cuando me lo he encontrado he sentido que podía descubrir mis pensamientos.
-Y seguramente pueda.

Capítulo 17. Darth Vader.

-Aquí es.-Le señalo una curva a la derecha que se sale de la carretera. Gira el coche y se mete por donde le señalo. Frena un poco más allá, al borde de una empinada cuesta de tierra hacia abajo. Es de noche y se ve Seattle entero brillando, como miles de luciérnagas en una ciudad que parece pequeña vista desde lejos. Me bajo del coche y me subo a la baca a sentarme. Alex se sienta a mi lado y me ofrece un cigarro. El silencio reina como si estuviésemos solos en otro mundo, mirando la ciudad desde otro lugar. Vidas que podrían ser las nuestras.
-¿Cómo descubriste este sitio?- Me pregunta encendiéndome el cigarro con un mechero que se saca del bolsillo.
-Se me caló el coche hace unos meses justo en la curva. No había ninguna luz y no veía ni un palmo por delante así que no me di cuenta cuando me puse a andar por la dirección equivocada. Acabé aquí. Suelo venir bastante a menudo, tiene las mejores vistas de toda la ciudad. Y aún no lo has visto todo.
Me mira, esperando a que me explique.
-Dale media hora- digo conservando el misterio. Seguimos fumando en silencio. No fumo a menudo, pero cuando me ofrecen un cigarro a veces lo acepto.
-Así que Star Wars...- dice para sí mismo. Lo dice como si fuese un chiste o algo parecido.- ¿Y tu música favorita?
-La del Romanticismo en general. Sobretodo Beethoven, aunque no sea del todo romántico, fue el que lo inició por así decirlo.
-Así que liberal, rebelde, ¿no? Normalmente sentís más debilidad por el Renacimiento. El orden, la pureza, y esas cosas.- Parece como si no me hablase a mí, sino que estuviese mirando más allá. A algo dentro de mi alma.
-¿"Sentís"? ¿A quién te refieres?-Le pregunto. Regresa a la realidad con un parpadeo sorprendido. Me mira ahora de verdad.
-A ti. Se me ha ido la cabeza.- Oculta algo detrás de la sonrisa. Una idea se empieza a formar en un rincón de mi mente, pero cada vez que intento agarrarla sale corriendo. Es la una y media de la mañana y no me apetece esforzarme por pensar, así que lo dejo.
-¿Y tu música favorita?- Contraataco.
-El siglo XX.- Se le forma una sonrisa de medio lado en la cara.- Caótica, desorganizada.
Arrugo la nariz. El siglo XX siempre me pareció como si hubiesen cogido un puñado de notas y las hubiesen dejado caer sobre una partitura, sin importarles el orden o la armonía.
-Debí suponerlo.
-¿Por qué?- Me mira con un brillo en los ojos. Como si me estuviese acercando a una barrera frágil.
-Te pega.
Se va el brillo de su mirada mientras le da otra calada al cigarro.
-¿Tu libro favorito?- continúa con el interrogatorio.- ¿Crepúsculo?¿O no padeces el síndrome adolescente de las hormonas alteradas?- se rie.
-Don Juan Tenorio, de José Zorrilla- contesto riéndome.
-¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla la luna más clara brilla y se respira mejor?- declama mi frase favorita de todo el libro. Tiene una voz suave, grave, que me eriza los pelos de los brazos en un escalofrío demasiado agradable. Mientras cita a Don Juan Tenorio clava en mí sus ojos que ahora mismo son de un azul muy claro, pero no frio. Le devuelvo la mirada y ya no la puedo apartar.
-¿Lo has leído?- consigo articular. Forma otra sonrisa de medio lado al decir:
-También es mi libro favorito.
Entonces mi reloj marca las dos de la madrugada y comienza la magia a nuestro alrededor. La luna se eleva en el punto perfecto en el cielo, formando un camino de luz a nuestros pies. Mi pelo se ilumina con una luz blanca y nos rodea un aura de luz pura. Parece como si lloviesen sobre nosotros estrellas. Casi parecen plumas blancas cayendo del cielo. Alex se gira y mira a todos lados, despacio. Tiene en la mirada algo que no podría descifrar. ¿Nostalgia? ¿Reconocimiento?
Cuando la luna se mueve se acaba todo, dejándome con una sensación de paz desacostumbrada. Como si hubiese vuelto a casa después de mucho tiempo. El cigarro hace rato que se ha consumido, dejando un agradable olor impregnado en nuestras ropas.
-Deberíamos volver- rompe Alex el silencio. Puedo ver una fisura en su muro. Sé que es el momento perfecto para preguntarle cualquier cosa. Sobre el tatuaje, sobre cómo se coló en mi casa... Sin embargo, solo alcanzo a decir:
-¿Por qué Don Juan Tenorio?
Me mira durante un largo instante, en el que veo como millones de cosas pasan por su mente. Quizás no se lo había planteado, o quizás le daba igual. O quizás no me lo quiere decir.
-Por esperanza. O por desagrado, según como lo veas.
Ahí acaba todo por esta noche. Nos metemos en el coche y pone rumbo a mi casa en silencio. Dejándome con la intriga de qué ha querido decir con eso. ¿Esperanza o desagrado?



-¿Por qué Don Juan Tenorio?
-Por esperanza. O por desagrado, según como lo veas.

Capítulo 16. El cuaderno.

Pasamos por el salón y nos dirijimos a la escalera de mármol blanco que conduce al piso de arriba. Al acabarse la escalera, la primera a la derecha, está la habitación de James. Abro la puerta y echo un vistazo al interior. Más o menos está todo como yo lo recuerdo. Tiene todo en orden. La pared pintada de un blanco hueso que siempre me pareció un tanto deprimente, los muebles de caoba sin una mota de polvo y una estantería vacía de libros y llena de premios. Al fondo de la habitación, al lado de una cama pulcramente hecha, hay un escritorio con una pantalla de plasma que hace las veces de televisión, ordenador y consola. Hay una hilera de cajones a los que me dirijo sin dudar. Y ahí está, en el primero de todos, se encuentra mi collar. Lo recupero con una sonrisa y me lo abrocho al cuello. Vuelvo a sentir el leve peso de la perla en mi cuello y me siento segura. Está fria contra mi piel, pero no me importa.
Aprovecho y rebusco en sus cajones información sobre dónde ha estado este último año. En el último cajón, al fondo del todo, encuentro un cuaderno con fotos y cosas escritas. Me lo meto en la cinturilla del pantalón con disimulo y lo vuelvo a poner todo en su sitio.
Me giro para decirle a Alex que ya nos podemos ir. Está mirando la estantería de los premios con una sonrisa burlona y aire curioso.
-¿Ajedrez?- me pregunta.- No sabía que se diesen premios por eso.
-Seguro que hizo trampas. No era mucho de pensar.
Entonces me fijo en una figura negra que hay en una balda. Darth Vader. Lo agarro y lo meto en el bolsillo del pantalón. Alex me mira, interrogante.
-Es mío, me lo quitó el año pasado. Llevaba todo el año preguntándome donde estaría.
-¿La Guerra de las Galaxias?
-Es mi película favorita. Siento cierta debilidad por Dath Vader-admito en un susurro. Vale, ya sabe lo friki que soy, pero, enserio, ¿hay mejor saga de ciencia-ficción que Star Wars? No lo creo.
-Creí que te gustaría más Obie Wan o Luck.
Me encojo de hombros:
-Siempre me han atraido los malos.
Me mira como si eso lo explicase todo, como si fuese obvio o lógico.
En ese momento suena el golpe de una puerta al cerrarse. Oh, mierda. Han vuelto. Miro alarmada a Alex, que me devuelve la mirada con tranquilidad.
-¿Qué hacemos?- susurro.
-Saltar por la ventana.
-¿Estás loco? ¡Hay más de tres metros!- Se le ha ido. Definitivamente se le ha ido.
-A no ser que quieras quedarte aquí y que te pillen...- dice mientras saca una pierna seguida de la otra por la ventana.
Oigo pasos en la escalera y me empieza a temblar el labio. Dos alternativas: que me pillen y me detengan o saltar por la ventana. Me dirijo corriendo a la ventana. Alex me espera abajo con los brazos extendidos. Saco un pie y me apoyo en la enredadera. Bajo el otro. Sigo bajando con cuidado hasta tocar el suelo. Justo cuando pongo el último pie en tierra firme, se enciende la habitación de James. ¿Por qué justo hoy tiene que volver antes de las 3? Qué chico tan oportuno...
Nos pegamos a la pared, entre las sombras, por si se le ocurre mirar por la ventana. Cinco minutos después apaga la luz. Esperamos un minuto por precaución, pero reina el silencio.
Alex y yo vamos andando cuidadosamente hacia mi coche, y justo detrás está el suyo. Los hemos dejado cautelosamente alejados de la casa de James, y escondidos tras unos altos arbustos. Nos despedimos y cada uno se mete en su coche.
Meto las llaves en el contacto y giro. El motor no se enciende. Una lucecita roja me avisa de que me he quedado sin gasolina. Joder. No me había dado cuenta. Pero tiene sentido, ya que hace tres semanas que no paso por una gasolinera. Oigo como Alex pone su motor en marcha y me bajo corriendo para decirle que pare. Baja la ventanilla y me acerco.
-Me he quedado sin gasolina- admito entre dientes. Sonrie burlonamente.
-Dos veces en un día que necesitas mi ayuda. Debe de ser mi día de suerte.
-¿Me vas a llevar, o no?- le pregunto. Se está mofando de mí.
-Depende de lo que me vayas a dar a cambio- contesta. No esperaba esa. Me quedo con los ojos abiertos de par en par.
-¿Cómo?
-No creerías que hago esto por pura bondad, ¿no?
-Confiaba en ello.
-Dejémoslo simplemente en que me debes una bien gorda.- Me señala el asiento del copiloto:- Sube.
Abro la puerta del acompañante y me meto dentro.
-¿A casa?- me pregunta.
-No, todavía no.

-¿Me vas a llevar, o no?
-Depende de lo que me vayas a dar a cambio.

Capítulo 15. Al borde.

Y aquí estoy, un cuarto de hora después, ataviada con unos leggings negros y una camiseta normal negra, escondida entre los arbustos enfrente de casa de James. Es una mansión de piedra blanca compuesta de dos pisos. En el primero está el salón, la cocina, un baño y una sala con billar, consola y televisión. En el piso de arriba están otros tres baños, la habitación de James y la de sus padres, más una de invitados. Todo decorado con exquisito gusto y caros muebles de caoba y ébano.
Recuerdo muchos momentos vividos en esa casa, pero ninguno con nostalgia. A kilómetros se puede oler el aura de desconfianza que inspira ese lugar, y solo con pensar en volver a entrar en el  sitio donde he vivido el peor momento de mi vida se me revuelven las tripas. Suspiro profundamente y avanzo hacia una de las ventanas. Tal y como yo recordaba, sus padres siguen yendo todos los miércoles a cenar a un fino restaurante y él aprovecha para irse de fiesta hasta las 3 de la mañana, cuando volverá a su casa. Y hoy es miércoles. Perfecto.
Ando tranquilamente hasta la parte trasera, donde se localiza la ventana de la habitación de James. Descendiendo justo al lado hay una tubería de plomo resistente, rodeada de enredaderas que la abrazan, que llega hasta el suelo. Subo un pie a un sitio de la tubería que parece resistente. Elevo el otro pie y veo que me sostiene sin problemas. Subo otro pie, una mano, otro pie y la otra mano.
Voy justo por la mitad, cuando de repente se desprende un tornillo de la tubería. Me quedo colgando de mis manos, agarrándome a las enredaderas. Pego un grito agudo capaz de romperle los tímpanos a cualquier perro. Poco a poco, con macabra lentitud, las plantas se van rompiendo una a una. Miro hacia el suelo, a unos siete metros. Me parece lejano y me entra el vértigo. El segundo grito. Oh Dios mio, voy a morir. Lanzo mi última oración mientras las últimas plantas que me sostienen se rompen. Cierro los ojos con fuerza, no quiero ver el golpe que acabe conmigo. Siento como la fuerza de la gravedad hace su magia con mi cuerpo. Casi puedo oir como me doy el golpe.
Al contrario de mis espectativas, caigo sentada en un sitio duro que me mantiene alzada. Me atrevo a abrir un ojo, y me encuentro con una sonrisa burlona. Alex me sujeta en volandas, impidiendo que me estampe contra el suelo. Casi no quepo en mí de gratitud. Casi.
-¿Qué haces aquí?- le pregunto. No he olvidado que me ha hecho salir por la ventana de su casa.
-Salvarte la vida- sonrie. Me deja en el suelo con suavidad y a mí no se me ocurre otra cosa que peinarme el pelo de mala manera con los dedos, intentando guardar un poco de dignidad.
-Lo tenía todo controlado.
-Sí, ya veo- dice con ironía, mirando la tubería que está medio doblada después de mi desafortunada escalada.
-Ha sido adrede. Nunca me gustó esa tubería.- Menuda mentira.
-Ya te dije lo mal que se te da mentir.-Suelto un bufido.- ¿Qué buscabas ahí arriba?
-Mi colgante. El capullo ese me lo birló.
Me mira sonriendo.
-Jamás pensé que llegaría el día en que te viese haciendo algo por lo que te podrían meter entre rejas.
-No estoy robando, solo recuperando algo que me pertenece.
-¿Y el allanamiento de morada?
-Es necesario- me encojo de hombros.- No digo que me guste especialmente colarme en su casa.
-Tampoco pensé que llegase el día en que necesitases mi ayuda.
-No he dicho que la necesite.
Empiezo a andar rodeando la casa. Ahora que me ha fallado el plan de la tubería tengo que improvisar un plan B. Nada. Ni una ventana abierta, ni otra tubería, ni la puerta sin llave. No es tan tonto al fin y al cabo. Alex me sigue alrededor de la casa, y a medida que mi decepción va aumentando, su sonrisa burlona también. Me doy vencida y escondo mi orgullo al decirle:
-Ilumíname.
Se dirije a la parte trasera de la casa, a una ventana, y con un leve movimiento, presionándola hacia dentro con las palmas de las manos, suelta un ligero «clack» y se abre. Se gira para mirarme con burla. Yo me irrito. ¿Cómo no me he dado cuenta? Para disculparme diré que no parecía tan simple.
-¿Cómo sabías que se abría así?- le pregunto.
-Me lo enseñaron hace tiempo. Un amigo ladrón que tuve.
-Ese «amigo» eres tú, ¿no?- le digo marcando las comillas en la palabra "amigo".
-Ese «amigo» está en la cárcel- me imita con las comillas.
-¿Qué le pasó?
-Intentó robar en el banco de Ginebra.
Si Alex es del FBI no puede tener un amigo ladrón. Pero ha dicho que está en la cárcel. A lo mejor iba de incógnito, se hizo su amigo y ¡zas! le cazó robando en el banco de Ginebra y le detuvo. Pero si es del FBI no debería estar ayudándome a robar. No puede ser del FBI. Decididamente, no tengo ni idea de quién es. Dijo que iba a la Universidad. Soy una paranoica. Seguro que oí mal lo del ángel y estoy creándome películas.
Me hace un gesto irónico de caballero señalándome la ventana. Paso una pierna y luego la otra. Debo parecer tonta. Alex me sigue dentro con asombrosa facilidad.
Empecemos con la fase B: robar al ladrón.


-¿Qué haces aquí?
-Salvarte la vida