martes, 6 de septiembre de 2011

Capítulo 30. Y al fin toda la verdad.

Un demonio. Alex es un demonio.
Sé que debería salir corriendo ya mismo de esa casa, todo el mundo sabe que los demonios no son exactamente buena gente, ¿no? Sin embargo, hay algo que me atrae como un imán en esas alas, así que decido quedarme.
-¿Lucifer?- pregunto a media voz.
Él se ríe antes esa sugerencia.
-No, claro que no- dice. Me quedo un pelín más tranquila. Un pelín.-Mi nombre es Asderel. Soy uno de los ángeles caídos.
-¿Por qué te condenaron?
-Por enseñarle a los humanos el secreto de la Luna.
-¿Yo también soy un demonio?- digo aterrorizada ante esa perspectiva.
Se vuelve a reir.
-Eres un ángel.- Esta vez soy yo la que se echa a reir.
-Imposible-le digo.
-Las alas que tienes en tu espalda son la prueba. Son blancas, lo que te marca como ángel. Y las mías negras, lo que me marca como demonio. Me preguntaste quién te hizo ese tatuaje, ¿no? Naciste con él, todos nacemos con él. Pero necesitaba un... empujón para manifestarse.
-¿Yo también tengo alas?-le pregunto, palpándome la espalda. Él asiente. Se acerca a mí, todavía con las alas desplegadas a su alrededor, y se coloca muy cerca. Pasa un brazo por detrás de mi espalda y me toca el tatuaje, provocando un agradable ardor que empieza en el tatuaje y me recorre todo el cuerpo. Y después del ardor, noto como si mi alma luchase por salir de mi cuerpo. Pero no es para nada desagradable o doloroso. Noto como me empiezan a crecer las alas, partiendo desde los omóplatos y me siento bien, nueva, como si hubiese vuelto a nacer,... Liberada.
Echo una mirada atrás para contemplarlas. Son tan grandes como las de Alex, pero las mías son blancas, como si estuviesen hechas de luz. Como en la eterna lucha de la luz y la oscuridad, nuestras alas compiten. Las de Alex absorben toda la luz y las mías echan luz por cada pluma. Echo la mano atrás y compruebo que son tan suaves como me imaginaba.
-¿Crees en el destino, Natalie?- me pregunta Alex, interrumpiendo mi momento de admiración.
-No.- Me rio.- Eso son cuentos baratos que se inventan para explicar tu suerte. En mi mundo al destino se le llama "casualidad".
-¿Y si te digo que el destino existe... y se llama Dios?
Me quedo callada esperando a que continúe. Su gato suelta un maullido irritado. Me había olvidado de que estaba allí.
-No le gusta el nombre "Dios"- me explica Alex. Se encoje de hombros.-Se crió con un montón de demonios.
-¿Qué tiene que ver el destino en esta historia?- pregunto, ignorando al gato.
-Todo. Empezaré desde el principio.- Suspira.-Ya conoces la historia de los demonios, ¿no? Los ángeles caídos y todas esas cosas- dice. Yo asiento. Un grupo de ángeles se reveló y Dios los expulsó del Paraíso. Fácil.- Dios estaba triste por los ángeles caídos y como es todo misericordioso...- pone los ojos en blanco y yo le doy un puñetazo en el hombro. No parece notarlo.-...concivió una idea genial- pronuncia "genial" con ironía- para salvarlos.
Se queda en silencio y me mira. Yo no puedo dejar de admirar sus alas.
-¿Cuál?- le pregunto.
-El amor- sonríe con su famosa media sonrisa. Yo frunzo el ceño. ¿Amor?.- No hay sentimiento más angelical que el amor. Los demonios somos odio en esencia pura así que ¿qué mejor para contrarrestarlo que el amor en esencia pura?
-Es decir, un ángel.
-Exacto. Los demonios solo tenemos un talón de Aquiles: los ángeles. Luchamos contra nuestra mayor debilidad. Irónico, ¿no? Se ha oido hablar de amores imposibles: Romeo y Julieta, Paris y Helena... Pero ninguno como el de un ángel y un demonio. Parece impensable, pero ocurre. Y últimamente mucho más.
-¿Mis padres también son ángeles?-le pregunto.
-Los ángeles no nacen necesariamente de otros ángeles. Tus padres son humanos, pero saben que eres un ángel porque se les apareció otro ángel antes de tu nacimiento y les dejó un regalito- señala a mi cuello. Mi perla.-Contiene tu esencia de ángel hasta que despiertas. Una vez que se ha manifestado el tatuaje deja de ser necesaria, aunque te protege, como ya pudiste comprobar con James.
Nos quedamos en silencio. Fuera está empezando a oscurecer.
-Tengo más preguntas- le digo. Me hace un gesto para que hable.- El hombre de los zapatos rojos era un demonio, ¿no? Y por eso le llamaste «hermano».
-Era Astaroth. Archiduque del occidente de los infiernos y tesorero infernal, ve el pasado, el presente y el porvenir; detecta los deseos secretos, como ya viste. Me encomendaron a él. Era el encargado de vigilarme para que no me acercase demasiado a ti.
-¿Por qué no te podías acercar a mí?¿Por qué soy un ángel?- Asiente. Entonces, una idea se empieza a formar en mi mente. ¿Y si no le conocí por coincidencia?-¿Que te mudases aquí fue el destino o estaba planeado?
-Estaba planeado-dice muy bajito.
-¿Cuál era el plan?- le pregunto, temerosa de la respuesta. Él baja los ojos para no mirarme a la cara.
-Eres un ángel de los grandes. Un arcángel, de hecho. Mi misión era robarte la perla antes de que despertases. Astaroth había oido algo sobre un arcángel en Seattle que no tenía ni idea sobre nuestro mundo, así que me mandaron a mí para evitar que despertases. La noche que me colé en tu casa era para ir a por la perla, pero me entretuve por el camino cuando vi los angelitos y la cagué. Cuando te despertaste y viniste supe que se había acabado.- Vuelve a alzar la cabeza y me mira directamente a los ojos.- Cometí el error de mirarte a los ojos.

-Eres un ángel.
-Imposible.

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