martes, 6 de septiembre de 2011

Capítulo 29. Alas.

He tenido una semana para meditar en lo que Alex me dijo el día de la cena. "¿Quieres saber por qué me fui? Porque tenía que alejarme de ti". De acuerdo. Consideraría un alivio el que me haya dicho por qué se fue, de no ser porque me implica a mí. Analicé todos y cada uno de los posibles significados de esa frase, pero como ya dije, Alex es imprevisible y es imposible leerle la mente. Por lo tanto, bien podría significar lo contrario de lo que yo pensaba.
Y hoy, aprovechando que mis padres estan en un congreso en Santa Mónica,  he invitado a Vir y María a ver una película en mi casa y luego a dormir.
-He traido "Burlesque"-dijo María. María tiene una voz preciosa y canta de maravilla. Son muy raras las ocasiones en las que canta en público, pero cuando lo hace es imposible apartar la vista de ella o dejar de escucharla. Es hipnótico, lo juro. Y cuando solo la acompaña un piano que toca ella misma, es como si un coro de ángeles hubiese bajado a la tierra.
-¿Un musical?- pregunto con una sonrisa
María se encoge de hombros con sencillez:
-Ya me conoces.- Sonrie y pone cara soñadora.- Algún día haré un dueto con Cher.
Preparo palomitas y empezamos a verla.
Pero yo no presto atención. Hace ya una semana que no veo a Alex. Sé que no se ha ido porque ayer Chavakiah ladró a su gato, que se asomó por la ventana. No abandonaría a su gato, ¿no?
De repente, veo por la ventana como se abre la puerta de su casa. Esta es mi oportunidad.
Alex me ve venir pero no dice nada. Vuelve a meterse dentro de su casa, aunque me deja la puerta abierta. Dudo un momento en el marco de la puerta, preguntándome si debería entrar. No tengo nada que perder, pienso mientras entro.
Él está en el sofá, mirándome con curiosidad. Miro a través de la puerta, hacia mi casa, y me encuentro a Vir y a María mirándome desde la ventana del salón. Cuando ven que las he visto, corren a sentarse al sofá. Cierro la puerta para que no cotilleen.
Algo se enreda entre mis piernas, haciéndome perder casi el equilibrio. Miro hacia mis pies y me encuentro al gato endiablado de Alex. Me mira y maulla, como si se estuviese riendo de mí. Pega un brinco y se sube al sofá, haciéndose un ovillo al lado de Alex, desde donde me vigila.
El único gesto de Alex es meterse la mano en el bolsillo de los vaqueros, sacar algo y lanzármelo. Yo lo atrapo al vuelo (sí, increible, me he sabido coordinar por una vez en mi vida). Es mi perla.
-¿Sigues queriendo saber la verdad?-Habla, al fin, Alex. Yo asiento. Sí, es obvio.
Entonces, se pone de pie y se acerca. Hubiese esperado cualquier cosa menos lo que ocurrió a continuación.
De su espalda empiezan a brotar dos enormes alas negras, como si fuese el crecimiento de una planta puesta a cámara rápida. Están erguidas a ambos lados de la espalda de Alex, como un aura oscura que se dibuja a su alrededor, absorbiendo la luz que se filtra por las ventanas y haciéndolo todo más oscuro. Parecen suaves, como alas, y tengo la tentación de alargar un dedo y acariciarlas. Pero no lo hago. Y sé que deberían asustarme, resultarme terroríficas y darme ganas de salir corriendo de esa casa. A lo mejor a otra persona le hubiese resultado totalmente irreal y no se lo hubiese creido, pero yo sé que esas alas son tan ciertas como que estoy aquí.
Espero una mueca de dolor en el rostro de Alex, quiero decir, que debe resultar doloroso que te salgan unas alas de la espalda, ¿no? Sin embargo, solo dibuja una sonrisa de medio lado. Una sonrisa de... liberación.
-Tienes alas- le digo.
-Muy perspicaz-contesta él con ironía. Vale, es posible que no haya sido mi comentario más lúcido, pero ¿qué quieres? Después de todo lo que ha pasado es demasiado pedir que mi mente siga funcionando igual que antes, ¿no?
-¿Qué eres?- Casi tengo miedo de la respuesta. Pero soy yo la que he pedido explicaciones y no me puedo quedar ahora a la mitad. Así que me preparo para cualquier respuesta. Menos esa.
-Un demonio.

-Tienes alas.
-Muy perspicaz.

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